Nuevamente este domingo el Evangelio
vuelve a insistir en que quién tenga oídos que oiga.
Oídos para oír.
Orejas sí, que soporten las
mascarillas, o que se hermoseen meciendo , desde ellas, aretes o zarcillos.
Pero, sobre todo, que hagan de antenas parabólicas que recojan las ondas que
cruzan los aires, que hagan resonar los ritmos musicales de la vida y, sobre
todo, que sean sensibles a los latidos en los que se debate la humanidad.
Pero … ante esta insistencia, en ese
“tener oídos para oír”, ¿cómo hacerlo?, ¿cómo lograrlo?.
Creo que el propio evangelio da
pautas claras:
El trigo tiene que crecer y, junto a
él, también crecerá la cizaña.
¿Por qué el dueño del campo no la
arranca? Porque el trigo debe ser trigo hasta el final. Ciertamente que al
trigo y a la cizaña los regará la lluvia, los calentara el sol, los alimentará la tierra, pero, lo definitivo
es que el trigo se transformará en pan para ser compartido humanamente en la mesa
de la solidaridad. La cizaña quedará , simplemente, en hierbajos que arden.
Por tanto, oídos para oír la llamada
a la cosecha. Oídos para saber moler el trigo,
amasar el pan, convocar a la mesa, repartirlo sin miedo porque sobrará.
Oídos para descubrir las alarmas que denuncian los intentos de monopolizarlo, negociarlo, venderlo,
negarlo. Oídos para oír los cantos de los segadores, o del que trilla en la
parva o amasa en la artesa y con mimo lo mete en el horno para que se dore. Oír
estos cantos también es importante porque dan fuerzas y vencen el silencio y el
miedo cuando estás afónico. No esperemos
que el dueño de los campos venga a arrancar la cizaña. Tengamos oídos para
distinguir la música con la que el trigo crece, se dora y baila en los campos y
fuerza para apuntarnos a esa danza. Tangamos, también, oídos para captar los
crujidos de la cizaña y no equivocarnos.
El Reino de Dios se parece … Es decir, el que tenga oídos que oiga, no
nos inventemos una manera distinta de las pautas que marca Jesús. El Reino de
Dios se parece o , mejor dicho, el Reino
de Dios no se parece al nacionalcatolicismo, a la religión oficial del Estado,
a la imposición de la cruz por la fuerza de la espada, la violencia, la
diplomacia o el poderío fáctico en connivencia con otros poderes fácticos. No
se manifiesta, ni se construye, el Reino de Dios en las misas oficiales o en las bendiciones
políticamente correctas. El Reino de Dios se parece, es, el que tenga oídos que
oiga, al campo de la vida donde nace y coexisten
cizaña, hierbajos, pero donde también aflora, que como tiene oídos, oye,
el cántico de Dios en las creaturas y el cántico de las criaturas a Dios. Y en
las ramas de esos esfuerzos cantan los pájaros y sus trinos son color de
esperanza.
Creemos y esperamos que la covid 19
tendrá solución y, para ello, necesitamos “oír” un actuar concreto,
respetuoso y correcto que proteja a los
demás para que crezcan. Igual para el Reino: “oír adentrando” el compromiso con
otro mundo que es posible. Seamos levadura.
José Luis Molina
19
de julio 2020
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