¿El mal es que unos tengan escaleras y otros no alcancen o qué haya muros?
En, posiblemente, la época más
difícil de mi vida, me encontré, circunstancialmente, con una persona que ya no
he vuelto a ver ni a saber nada de él, pero que fue fundamental para mi.
Era una época en la que yo andaba
enfrentado con Dios, y lo hacía con mala
conciencia, pero no podía hacer otra cosa, ni podía decir que estaba de acuerdo
con “su voluntad”. No. Tan era así, que cuando en misa se rezaba el Padre Nuestro, yo (no sé si era infantilismo,
rabia, impotencia,…), al llegar al “hágase tu voluntad”, me callaba y bajaba la
cabeza para que pasaran desapercibidas las lágrimas de mis ojos. Cuando,
después de un tiempo, volví a ser capaz de rezarlo entero, la primera vez creo
que solo fue mentalmente, al llegar al “hágase tu voluntad”, también lloré pero
posicionándome de manera totalmente diferente.
Poco a poco fui recuperando a Dios,
que no se había ido pero al que yo no dejaba entrar.
Y en todo esto, que evidentemente fue
un proceso largo, jugó un papel importante aquella persona. De una manera como
muy normal me propuso que leyera un libro: “La impaciencia de Job” de José
María Capdevilla editado en B.A.C.
Hoy , la primera lectura, me ha hecho
recordar todo aquel trasiego.
Job, al menos a mí así me lo habían
pintado, era el prototipo de la paciencia, de la resignación, … y yo no me
resignaba, no me aguantaba, y mi impotencia frente a un Dios que mandaba no sé
cuantos sufrimientos para “probarnos” y
ante el que no podía hacer nada, me acompañaba de día y de noche, a la sombra y
bajo el sol.
La lectura de ese libro me aclaró
muchas cosas.
Primero, la más importante, Dios no
manda pruebas ni las necesita. Era Satanás, es decir la manipulación de Dios,
quien las requería. A Dios le importamos en toda nuestra realidad.
Segunda: Job no aceptaba, o
aguantaba, pacientemente todos los avatares de su historia. Se preguntaba
causas y motivos, se situaba con honestidad frente a la realidad, rechazándola
y lamentándola porque ponía en valor grande toda la vida. Por eso buscaba
explicaciones que lo llevaban hasta Dios para descubrir que el mal no puede
venir de él. Y en coherencia con esta postura, así de coherente tenía que
afrontar la realidad y hacer frente a sus consecuencias aunque visceral y vitalmente las repudiase. Los buenos
consejeros llenos de palabrería vacías pero pomposas, halagadoras y huecas
frente a Dios, no podían estar cerca de Dios, hablar de parte de Dios, porque
la suerte de Job no les salpicaba, evidentemente no eran sus próximos.
Job, dentro del dolor, se mantuvo
coherente con la vida en la que sabía estaba Dios. Por eso no es que luego
Dios, al final, le regalara un décimo premiado de la lotería para que la vida
volviera a irle bien. Es que desde esa postura coherente, valiente, frontal,
honesta, … siempre valoras la realidad de la vida, el valor de la persona y eso
derrota al demonio y da plenitud a pesar de las lágrimas y las amarguras y
junto con las alegrías y la esperanza.
Y, desde ahí, es interesante mirar al
Jesús que cura de enfermedades, libera de demonios y esclavitudes y da plenitud
y sentido a la vida sin evitarnos ni las dificultades en el covid.
No valen las posturas de los amigos de Job: Actos y palabras
devocionales para que Dios nos libre del covid pero sin asumir la pandemia como
realidad colectiva llevando la falta de empatía a planteamientos o acciones
insolidarias.
José Luis Molina
6 de
febrero del 2021
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