sábado, 2 de julio de 2022

HABÍA UNA VEZ

 



 

 

 

Había una vez una asamblea de sabios, doctores, entendidos,…

Habían sido convocados por el miedo, por el temor a que ciertas ideas, ciertas proposiciones, ciertas propuestas, ciertas afirmaciones y posicionamientos, pudieran dar al traste con el sistema que llevaba años y años establecido y que a ellos les proporcionaba bienestar, poder,  seguridad,  superioridad, capacidad de manipulación, etc.

Por eso, a la asamblea habían convocado a figuras eminentes:  religiosos que salían en los medios en olor de multitudes, con esplendor y boato que parecía desparramaban por los cuatro costados.

También a escritores famosos cuyos libros eran auténticos best seller antes de ser editados, antes de ser escritos, apenas, tan solo, hecha manifiesta la intención de su autor, respaldado por multinacionales.

Hombres de empresas, personajes relevantes y entendidos del mundo de las finanzas y la economía.

Militares desparramando, con sus manos, poderes coercitivos.

Pensadores precedidos y enmarcados en slogans  humanistas enarbolando la bandera del hedonismo como ley  suprema, hedonismo reservado y al que solo conseguirán acceder ciertas élites privilegiadas, trepadoras y corruptas y solapados figurines protagonistas de un mundo de otra galaxia.

Estaba constituido el gran Sanedrín. Se habían instalado potentes medios de difusión, de presión y de manipulación de conciencias, de pensamientos y de voluntades. Y tenían en la base de datos un elemento fundamental: El miedo a la libertad que con frecuencia hace presa del corazón humano.

Había que seguir manteniendo este miedo, cultivando este miedo, imponiendo este miedo.

Por este tribunal habían pasado muchos a lo largo de la historia.

Una vez fue a un hombre sencillo, vestido de blanco, che, que andaba con cierta dificultad pero que sonreía mucho. Este hombre se había atrevido a escribir que otro modo de vida es posible,  que otro modo de vida es necesario. Lo tacharon de visionario, utópico, comunista. No se podía mantener la sociedad de bienestar (inyección de miedo) con esos planteamientos, Había cosas que requerían grandes inversiones económicas (por ejemplo los viajes turísticos en naves espaciales) y la inversión tenía que ser afrontada por todos. Los que arriesgaban menos (pobres, humanidad de base) lógicamente recibirían proporcionalmente menos de los beneficios aunque personalmente el sacrificio supusiera un porcentaje más elevado.

También había afirmado que ni él ni nadie tiene potestad para juzgar la orientación que hace que cada persona sea quien es. Y así, otras muchas cosas. Entonces sus correligionarios se levantaron para condenarlo por ateo y antisistema .

También, por ejemplo, recuerdo a un tal Pedro que decía tener el corazón lleno de nombres, se le acusó de subversivo. Pero se libró de la ejecución por la incultura del tribunal que no supo descubrir la fuerza liberadora de su poesía.

Me acuerdo, también, de cierto hombre, líder prominente, que cambió la faz de su país, las condiciones de vida de su pueblo, la dignidad de sus paisanos y que persiguió la corrupción incluso cuando ésta llegó a manchar a próximos suyos.

Las aves carroñeras siempre estuvieron acosando para su derribo: Se le condenaba porque gastaba los fondos del estado para beneficio del pueblo: educación, sanidad, infraestructuras, comunicaciones en vez de guardarlos. Así empobrecía el país, decían con LASS-ITUD y manipulaciones taimadas y traidoras. Pero este hombre tuvo correa, tuvo tesón a pesar de  la traición de muchos que prefirieron la promesa de las cebollas de Egipto a la libertad. Promesa digo porque ni tan siquiera les llegaron las cebollas, tan solo las lágrimas que ahora vierten.

Así han ido pasando muchos por el juicio de la gran asamblea.

Pero llegó un día, puede ser hoy o cualquiera, en que se levantó, de entre la multitud, una persona humilde, sencilla, pero segura, con la mirada levantada. Ha llegado hasta el atril de los oradores y ha leído con voz clara y nítida:

Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás vale para el Reino de Dios”. Y continuó diciendo: “Sígueme. Vete a construir el Reino”

Todos los que componían el gran Sanedrín levantaron sus voces a una gritando: ¡Iluminado!. ¡Hereje! Esos textos hay que entenderlos. Hay que ubicarlos en su época. Son una metáfora. Y ellos mismos se aplaudían. Parte del pueblo, también aplaudía.

Entonces el lector concluyó:

Servir para el Reino de Dios significa:

Renunciar a los pretextos justificativos.

Optar por el ser humano haciendo que los yugos sirvan para asar la carne de mis bueyes convertidos en alimento. Es quemar los barcos, es sentirse libre, es correr el riesgo de la libertad. Y para ello necesitamos nos cubra el manto del Espíritu de Jesús.

Terminado esto se retiró.

Entre las mofas, las burlas y miradas engreídas llenas de desprecio, avanzó por el coliseo hacia la salida. Le seguía un grupo, no demasiado grande, de convencidos. Al llegar a la puerta sacudieron sus sandalias.

Y caminaron cuarenta días con cuarenta noches. En el camino cantaban y compartían experiencias y vida. A veces aparecía la sombra de la pregunta: ¿Qué hubiera sido si nos sometíamos al gran sanedrín?. La han debatido siempre. Saben lo que quieren. Siguen convencidos de lo que hicieron. Y esto les da paz. Por eso su camino se llama justicia.

 

PD.- Hoy mi reflexión la dedico a Ecuador y a mi gente. Mientras escribía estaban presentes en su actual y complicada coyuntura. Por eso he introducido un guiño ecuatoriano: La libertad es un riesgo. Y en esa tesitura estoy con ellos. Quiero mantener la mano en el arado.

Un abrazo para todos

José Luis Molina

26 de junio del 2022

 

 

 

No hay comentarios: