Había una vez una asamblea de sabios,
doctores, entendidos,…
Habían sido convocados por el miedo,
por el temor a que ciertas ideas, ciertas proposiciones, ciertas propuestas,
ciertas afirmaciones y posicionamientos, pudieran dar al traste con el sistema
que llevaba años y años establecido y que a ellos les proporcionaba bienestar,
poder, seguridad, superioridad, capacidad de manipulación, etc.
Por eso, a la asamblea habían
convocado a figuras eminentes:
religiosos que salían en los medios en olor de multitudes, con esplendor
y boato que parecía desparramaban por los cuatro costados.
También a escritores famosos cuyos
libros eran auténticos best seller antes de ser editados, antes de ser
escritos, apenas, tan solo, hecha manifiesta la intención de su autor,
respaldado por multinacionales.
Hombres de empresas, personajes
relevantes y entendidos del mundo de las finanzas y la economía.
Militares desparramando, con sus
manos, poderes coercitivos.
Pensadores precedidos y enmarcados en
slogans humanistas enarbolando la
bandera del hedonismo como ley suprema,
hedonismo reservado y al que solo conseguirán acceder ciertas élites
privilegiadas, trepadoras y corruptas y solapados figurines protagonistas de un
mundo de otra galaxia.
Estaba constituido el gran Sanedrín.
Se habían instalado potentes medios de difusión, de presión y de manipulación
de conciencias, de pensamientos y de voluntades. Y tenían en la base de datos
un elemento fundamental: El miedo a la libertad que con frecuencia hace presa
del corazón humano.
Había que seguir manteniendo este
miedo, cultivando este miedo, imponiendo este miedo.
Por este tribunal habían pasado
muchos a lo largo de la historia.
Una vez fue a un hombre sencillo,
vestido de blanco, che, que andaba con cierta dificultad pero que sonreía
mucho. Este hombre se había atrevido a escribir que otro modo de vida es
posible, que otro modo de vida es
necesario. Lo tacharon de visionario, utópico, comunista. No se podía mantener
la sociedad de bienestar (inyección de miedo) con esos planteamientos, Había
cosas que requerían grandes inversiones económicas (por ejemplo los viajes
turísticos en naves espaciales) y la inversión tenía que ser afrontada por
todos. Los que arriesgaban menos (pobres, humanidad de base) lógicamente
recibirían proporcionalmente menos de los beneficios aunque personalmente el sacrificio
supusiera un porcentaje más elevado.
También había afirmado que ni él ni
nadie tiene potestad para juzgar la orientación que hace que cada persona sea
quien es. Y así, otras muchas cosas. Entonces sus correligionarios se
levantaron para condenarlo por ateo y antisistema .
También, por ejemplo, recuerdo a un
tal Pedro que decía tener el corazón lleno de nombres, se le acusó de
subversivo. Pero se libró de la ejecución por la incultura del tribunal que no
supo descubrir la fuerza liberadora de su poesía.
Me acuerdo, también, de cierto
hombre, líder prominente, que cambió la faz de su país, las condiciones de vida
de su pueblo, la dignidad de sus paisanos y que persiguió la corrupción incluso
cuando ésta llegó a manchar a próximos suyos.
Las aves carroñeras siempre
estuvieron acosando para su derribo: Se le condenaba porque gastaba los fondos
del estado para beneficio del pueblo: educación, sanidad, infraestructuras,
comunicaciones en vez de guardarlos. Así empobrecía el país, decían con
LASS-ITUD y manipulaciones taimadas y traidoras. Pero este hombre tuvo correa,
tuvo tesón a pesar de la traición de
muchos que prefirieron la promesa de las cebollas de Egipto a la libertad.
Promesa digo porque ni tan siquiera les llegaron las cebollas, tan solo las
lágrimas que ahora vierten.
Así han ido pasando muchos por el
juicio de la gran asamblea.
Pero llegó un día, puede ser hoy o
cualquiera, en que se levantó, de entre la multitud, una persona humilde,
sencilla, pero segura, con la mirada levantada. Ha llegado hasta el atril de
los oradores y ha leído con voz clara y nítida:
“Nadie
que pone la mano en el arado y mira hacia atrás vale para el Reino de Dios”. Y
continuó diciendo: “Sígueme. Vete a
construir el Reino”
Todos los que componían el gran
Sanedrín levantaron sus voces a una gritando: ¡Iluminado!. ¡Hereje! Esos textos
hay que entenderlos. Hay que ubicarlos en su época. Son una metáfora. Y ellos
mismos se aplaudían. Parte del pueblo, también aplaudía.
Entonces el lector concluyó:
Servir para el Reino de Dios
significa:
Renunciar a los pretextos
justificativos.
Optar por el ser humano haciendo que
los yugos sirvan para asar la carne de mis bueyes convertidos en alimento. Es
quemar los barcos, es sentirse libre, es correr el riesgo de la libertad. Y
para ello necesitamos nos cubra el manto del Espíritu de Jesús.
Terminado esto se retiró.
Entre las mofas, las burlas y miradas
engreídas llenas de desprecio, avanzó por el coliseo hacia la salida. Le seguía
un grupo, no demasiado grande, de convencidos. Al llegar a la puerta sacudieron
sus sandalias.
Y caminaron cuarenta días con
cuarenta noches. En el camino cantaban y compartían experiencias y vida. A
veces aparecía la sombra de la pregunta: ¿Qué hubiera sido si nos sometíamos al
gran sanedrín?. La han debatido siempre. Saben lo que quieren. Siguen convencidos
de lo que hicieron. Y esto les da paz. Por eso su camino se llama justicia.
PD.- Hoy mi reflexión la dedico a
Ecuador y a mi gente. Mientras escribía estaban presentes en su actual y
complicada coyuntura. Por eso he introducido un guiño ecuatoriano: La libertad
es un riesgo. Y en esa tesitura estoy con ellos. Quiero mantener la mano en el
arado.
Un abrazo para todos
José Luis Molina
26 de junio del 2022
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