Desde que tuve uso de razón, el 8 de
diciembre se celebraba el “Día de la Madre”. Se celebraba y lo seguí celebrando.
Y lo sigo celebrando.
No sé por qué se determinó esta fecha
para llenar el día de “maternidad”.
Después lo trasladaron a mayo. Pero
yo, poco amigo siempre de que me impongan por donde tengo que dirigir mis
pasos, seguí manteniendo el día 8 lleno de maternidad.
María, la que nos llegaba totalmente
abierta a Dios, la llena de gracia, llenaba de maternidad ese día. María, la
llena de gracia, transcendía el lugar, el espacio y el tiempo y se convertía en
signo de fe, aspecto teológico, de la experiencia de Dios con voluntad de
encarnarse.
Pues bien, en ese contenido universal
de vida y maternidad, había un lugar donde me encontraba con mi madre, la mujer
a través de la que llegué a la vida que en Dios tenía su origen.
Y todo ese contenido, armoniosamente
amalgamado en esta fiesta, sigue ocupando un importante lugar en mis
sentimientos y modula mi posición en ella desde la fe.
Quiero ver a María, la llena de
gracia, como referente de la plena y radical apertura a Dios. María llega a la
vida y, a través de ella, nos llega Jesús de Nazaret, el proyecto de vida de
Dios para nosotros.
No hagamos de María una diosa. No lo
necesita. María no necesita de nada que la distancie de nosotros. Todo lo
contrario.
A una María que no sea permanente
instancia referencial para nosotros, le habríamos arrancado su lugar como
experiencia fundamental para nuestra fe.
Feliz día. Un abrazo
José Luis Molina
8 diciembre del 2023.
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