Las puertas cerradas por miedo.
En medio de ese miedo viven la
experiencia de que Jesús está en medio de ellos, que estaba vivo.
En medio de ese miedo no hubiera sido
raro no solo que se escondieran, sino más, que huyeran, que hubieran corrido a
esconderse lejos de Jerusalén.
Pero, por el contrario, a pesar del
miedo, miedo real ante un peligro real, en esa situación de pánico, ocurren muchas cosas.
No solo, como ya he mencionado, que
vivían la experiencia cierta de que Jesús está en medio de ellos, , de
que la muerte no ha podido con él, de que está vivo, sigue existiendo. No es
una psicosis, pero sí es una experiencia transformadora.
Descubren, precisamente, en los
signos de su muerte, la certeza de su triunfo. No necesitan tocar y palpar pero
si llegan a la comprensión de que el proyecto de Dios es más fuerte que los
poderes de muerte. Y por ello, en medio de ellos, cae un nuevo maná que
alimenta, fortalece y da valor a los reunidos. A pesar de miedo, paz. Paz. Una
y otra vez se proclama la paz.
Paz a ustedes.
Paz entre ellos.
Paz para con los demás.
Paz desde el respeto, el tener en
cuenta al otro.
Y aquí me paro.
No sé a ustedes, pero a mi este
saludo, este deseo, este rocío liberador, hoy por hoy, me suena a fantasía.
Entre los que nos reunimos bajo el
mismo techo, bajo una misma “confesión de fe”, la paz brilla por su ausencia
con demasiada frecuencia. Identificada, tal vez, muchas veces, de buenos
modales, frases hechas, apariencias, etc, pero muy lejos de la comunión, la
empatía y la aceptación del otro.
¿Paz entre los que nos llamamos
cristianos? Habría que desbrozar mucho
bosque de competencias y rivalidades.
Paz entre los que proclamamos una fe
en un único Dios. Aquí la evidencia de la ausencia de paz es aterradora, trágica,
insultante, criminal.
Y, sin embargo, somos enviados para
ser agentes de convivencia, de respeto, de armonía, de solidaridad humana, de
ser todos humanidad en nuestro Dios. Enviados a la manera de Jesús.
Y entonces estas puntadas llegan a
una frase que me parece clave. Está en la primera lectura. Con la experiencia
del Resucitado, de la resurrección, pasan por el miedo, la búsqueda pero, sobre
todo, la coherencia con lo que descubren y experimentan. Ellos no tienen que
enseñar las llagas, ni el costado ni las manos ni los pies pero daban
testimonio de la resurrección. Y lo hacían con valor, con entusiasmo. Sin
palabrerías.
No se llamaban hermanos con lenguas
que luego traicionan, sino con el corazón empapado en el mismo empeño, sin
rebajas, sin regateos: la vida nueva.
Termino pensando que hoy debemos
también observarnos en el testimonio que de entre nosotros se puede discernir.
Un abrazo
José Luis Molina
7 de abril del 2024
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