Espero no me tomen por loco. De la misma manera espero no os asustéis y
sigáis con esta reflexión.
Hay una serie de películas en tve de
las que, alguna vez, he visto algunas. Se llaman “Los misterios de Laura” o
algo así.
He de reconocer que me gustan las
películas policiacas. Como supongo que a muchos, me hacen pensar e ir por
delante de la proyección buscando
soluciones, interpretando pistas, etc.
Pues bien , en esta serie, también en
otras películas del género, es corriente el recurso del narrador (guionista) de
romper nuestras elucubraciones con la frase: “Hemos seguido el camino
equivocado” o “La solución la teníamos delante pero nos equivocamos
interpretando inadecuadamente una pista que teníamos ahí”.
Pues bien, hoy, al leer el texto del evangelio (Lc
. 24, 35-48), y teniendo también presente otros textos pascuales, me he
acordado de estas frases de las películas, que os comentaba, porque, en
definitiva, creo que muchas veces nos ha ocurrido lo mismo. A fuerzas de
sabernos el final que nos habían dado, lo hemos recibido pero, tal vez, en muchos casos nos ha faltado
tener experiencia de él. Y sin esa experiencia, que sería la roca firme sobre
la que construir, los muros se nos han venido abajo como arenisca sin armazón.
Paso a explicar el por qué de todo lo
anterior con algunos detalles.
Los relatos nos dicen que se nos daban para que
pudiéramos creer, pero ¿cómo?, ¿de qué manera?
Las heridas de las manos, los pies y
el costado, interpretados como evidencias “físicas” de la resurrección. Pero,
de pronto, surge lo de si los clavos los
clavaron en las muñecas o en las palmas de las manos, o el de mantener unas
heridas abiertas y si un “cuerpo glorioso” podía mantener las heridas. Y nos
dejamos deslumbrar por el poder de lo mágico, lo misterioso, lo inconcebible,
como respaldo de autoridad. Hoy por hoy, creo que estos signos, por ejemplo,
nos hablan en otro sentido, sentido de tremenda transcendencia para nuestra fe.
Las señales de la cruz, las señales del crucificado, del ajusticiado, del Varón
de Dolores de Isaías ante cuyo horror uno cubre su mirada y su rostro por el
temor y el pánico. Ese es el que ha triunfado por encima de los poderes de
muerte. Y esas señales significan que no separemos al que las sufrió del
Resucitado en quien creemos, no sea que el
“triunfalismo” , la “hipervalración”, nos impida aceptar “en la vida”
las “consecuencias” de vivirla como en él la contemplamos. Y por eso, con esos
signos se afirma rotundamente que es el mismo, que no es un fantasma.
Otro signo que tenemos delante en e
evangelio de hoy es que Jesús comió un trozo de pescado asado. El lo comió
delante de todos. Los presentes no comieron. Eran espectadores. Y no acabo de
comprender como comen los seres resucitados.
Esto lo hace a continuación de decir
el texto que los discípulos, desbordados por el acontecimiento de la
resurrección, del admitir el triunfo del crucificado, tenían dificultad para
colocarse en él: alegres, admirados, resistentes a asumirlo, corriendo, por
ello, el riesgo de desubicarse o desubicarlo.
Por último dice: “Cuando todavía
andaba con ustedes”. Pero, ¿aún lo está!. ¿Sí, pero no?
Sí, ahora también está pero deben
mantener su presencia teniendo, haciendo presente, al que anduvo con ellos
invitándoles a una vida concreta y específica.
Y aquí está la clave que muchas veces
no hemos tenido en cuenta y se nos ha esfumado la experiencia. La experiencia y
la presencia del Jesús resucitado (a los que aún nos encontramos por Jerusalén
, por Palestina y hasta los confines del mundo, tenemos que sentirla, experimentarla,
no desde una teoría, por muy devocional que sea, sino desde y en un vivir (ahí
los signos de “tócame” , “comer”, las huellas de la realidad física) en la
realidad cotidiana pero desde perspectivas únicas, extraordinarias. Nuestra
experiencia del Resucitado, del que debemos ser testigos, no se trata de hablar
de un fantasma sino de compartir en la vida, con los demás, su presencia en las
razones de nuestro actuar y los valores por los que vivir que siempre terminarán en ellos.
Me parece que sería interesante
entender así el “tiempo pascual” y, también, ser base y estructura de nuestra
evangelización para niños y mayores.
Un abrazo
José Luis Molina
14 de abril del 2024
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