Procesión de La Borriquita.- Arcos de la Frontera (Cádiz)
Nos disponemos a celebrar el domingo
de Ramos. Un domingo superconocido, superfamoso y que, incluso, tiene un tinte
jubiloso y hasta bullanguero.
Parte de la liturgia, mejor dicho la
manera de situarse frente a ciertos momentos y ritos litúrgicos: el agitar los
ramos, el sortilegio del agua de la bendición, si cae sobre uno o no, la propia
iconografía del acontecimiento (Jesús subido en una “borriquita”, así se llama
popular y normalmente la procesión de este día) queda simpática. Es agradable
la imagen procesional del Platero bíblico, pero tenemos que fijarnos en los
“espejos de azabache de sus ojos” para llegar a la hondura recia y fuerte de la
que sus enhiestas orejas son atalaya. Sí, me parece bien que el Libro de
“Platero y yo” se les lea a los niños. Es un magnífico inicio al mundo de la
lectura pero, y comparto totalmente la
opinión de Juan Ramón Jiménez (en Prologuillo (Platero y yo), en que no es un
libro de niños aunque se les pueda entregar a ellos, pero no infantilizarlo.
Lo mismo cabe para el tema que nos
ocupa. Es bueno caer en la advertencia de no convertir, ayudado por la
iconografía, haciendo una infantilización de la “Borriquita”. No es procesión
de “gloria jubilosa” sino que, la alegría, proyecta con sus ramajes vitoreados,
sombras de dolor y de dificultad. Veamos que el color litúrgico que se emplea
no es el blanco, sino el rojo, color del martirio, pero también del amor, del
Espíritu.
Con estos antecedentes penetremos, a
través de esos ojos del Platero de los Olivos, y sumerjámonos con nuestra
reflexión en lo que se nos propone.
Jesús se acerca a Jerusalén no los
manda allá. Los manda a la aldea que está enfrente. Una vez más no recurre a la
Ciudad Santa, Sagrada, la ciudad del “templo de Dios” para que le sea propicia
en este momento, como en cualquier otro. No. Los envía a la aldea que está
enfrente, enfrentada, polarizando ciudad frente a aldea, lo grande frente a lo
pequeño, lo “oficialmente sagrado” frente a lo vital, a lo cotidiano.
El pasaje establece el relato al
estilo de los relatos de las entradas
majestuosas de los reyes y los generales victoriosos tras la victoria. Pero
manteniendo los elementos, los utiliza modificándolos en confrontación. No
utiliza un caballo brioso sino un borrico con una característica: la de la
novedad. No había sido montado todavía. Estaba nuevo, por estrenar. Quien lo
montaría sería el portador de una vida nueva, diferente, que no se medirá por
lo brioso y espléndido de la cabalgadura, sino por la levedad de su pelaje, a
ras del pueblo que lo acoge. Es una manera nueva, una propuesta nueva la que se
está proponiendo, planteando, y no puede estar sometida ni amaestrada.
Les preguntaron qué hacían. Dirán solo lo que tienen que decir.
Darán razón de que su hacer nace no razones personales e interesadas sino de la
propuesta del Señor. No será un apropiarse. Será un poner en servicio, otra
concepción distinta del tener.
En las entradas triunfales de reyes y
generales victoriosos, alfombraban el camino con telas magníficas y lluvias de
flores. En este caso Jesús recibe u borrico aparejado con los mantos de sus
discípulos y de los que acudían a él.
Pero poner el manto no era solo poner
el manto. Era mucho más. El manto era una pieza de inestimable valor material y
personal. Servía de abrigo y cobija para dormir. Cobijaba a la persona y, por
eso, entregar el manto a alguien, significaba hacerle donación de su espíritu,
de su identidad. Así Elías entregó el manto a Eliseo cuando se separó de él y
este último tuvo que asumir continuar la tarea del primero. Pues a esa vida que
llega , nueva, aclamada, se le pone a
sus pies el espíritu, el ser de las personas, su esencia, su entidad.
Los vítores y los ramos no son
coronas de laurel o de oro ni exaltación del éxito. Son el rumor de la
naturaleza, de la vida, abriendo paso a la presencia de Dios en ella que llega
en la apariencia de ese “varón de dolores” que soportará insultos, salivazos y
vejaciones pero convencido de que no quedaría defraudado” Ese es el triunfo.
Frente a este triunfo, la traición de la humanidad que vende todo esto por las
treinta monedas del medrar, figurar, tener, aparentar,… Es, de momento la
aparente derrota del “ser”.
Pues bien. Intentemos situarnos como
uno más de aquella gente.
Solo por si les sirve para
reflexionar:
¿Qué tanto quiero el triunfo glorioso
o el porteado por Platero?
¿Qué tal aclamo con mis ramos, con
las flores de mi vida, con lo mejor que hay en mi, a esa manera de vida en una
adhesión de mi identidad puesta al servicio de ese proyecto que viene montado
en un borriquillo?
¿Dónde me encuentro mejor, en la
Jerusalén sagrada o en la aldea de enfrente?
¿Con quién estoy mejor con las
piedras que gritan o con los que mandan callar las piedras?
Jerusalén, Jerusalén, que matas a los
profetas. Mir que te llega montado en un borrico. No sirve tu incienso ni tus
coronas.
Un domingo de Ramos muy pleno.
Un abrazo
José Luis Molina
10 de abril del 2022.
PD.- Tal vez esta foto pueda darnos pistas de los olivos con los que hoy debemos cantar el Hosanna,
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