viernes, 8 de abril de 2022

CON MIRADA DE AZABACHE

 

                                 Procesión de La Borriquita.- Arcos de la Frontera (Cádiz)

 

Nos disponemos a celebrar el domingo de Ramos. Un domingo superconocido, superfamoso y que, incluso, tiene un tinte jubiloso y hasta bullanguero.

Parte de la liturgia, mejor dicho la manera de situarse frente a ciertos momentos y ritos litúrgicos: el agitar los ramos, el sortilegio del agua de la bendición, si cae sobre uno o no, la propia iconografía del acontecimiento (Jesús subido en una “borriquita”, así se llama popular y normalmente la procesión de este día) queda simpática. Es agradable la imagen procesional del Platero bíblico, pero tenemos que fijarnos en los “espejos de azabache de sus ojos” para llegar a la hondura recia y fuerte de la que sus enhiestas orejas son atalaya. Sí, me parece bien que el Libro de “Platero y yo” se les lea a los niños. Es un magnífico inicio al mundo de la lectura  pero, y comparto totalmente la opinión de Juan Ramón Jiménez (en Prologuillo (Platero y yo), en que no es un libro de niños aunque se les pueda entregar a ellos, pero no infantilizarlo.

Lo mismo cabe para el tema que nos ocupa. Es bueno caer en la advertencia de no convertir, ayudado por la iconografía, haciendo una infantilización de la “Borriquita”. No es procesión de “gloria jubilosa” sino que, la alegría, proyecta con sus ramajes vitoreados, sombras de dolor y de dificultad. Veamos que el color litúrgico que se emplea no es el blanco, sino el rojo, color del martirio, pero también del amor, del Espíritu.

Con estos antecedentes penetremos, a través de esos ojos del Platero de los Olivos, y sumerjámonos con nuestra reflexión en lo que se nos propone.

Jesús se acerca a Jerusalén no los manda allá. Los manda a la aldea que está enfrente. Una vez más no recurre a la Ciudad Santa, Sagrada, la ciudad del “templo de Dios” para que le sea propicia en este momento, como en cualquier otro. No. Los envía a la aldea que está enfrente, enfrentada, polarizando ciudad frente a aldea, lo grande frente a lo pequeño, lo “oficialmente sagrado” frente a lo vital, a lo cotidiano.

El pasaje establece el relato al estilo de los relatos de las  entradas majestuosas de los reyes y los generales victoriosos tras la victoria. Pero manteniendo los elementos, los utiliza modificándolos en confrontación. No utiliza un caballo brioso sino un borrico con una característica: la de la novedad. No había sido montado todavía. Estaba nuevo, por estrenar. Quien lo montaría sería el portador de una vida nueva, diferente, que no se medirá por lo brioso y espléndido de la cabalgadura, sino por la levedad de su pelaje, a ras del pueblo que lo acoge. Es una manera nueva, una propuesta nueva la que se está proponiendo, planteando, y no puede estar sometida ni amaestrada.

Les preguntaron  qué hacían. Dirán solo lo que tienen que decir. Darán razón de que su hacer nace no razones personales e interesadas sino de la propuesta del Señor. No será un apropiarse. Será un poner en servicio, otra concepción distinta del tener.

En las entradas triunfales de reyes y generales victoriosos, alfombraban el camino con telas magníficas y lluvias de flores. En este caso Jesús recibe u borrico aparejado con los mantos de sus discípulos y de los que acudían a él.

Pero poner el manto no era solo poner el manto. Era mucho más. El manto era una pieza de inestimable valor material y personal. Servía de abrigo y cobija para dormir. Cobijaba a la persona y, por eso, entregar el manto a alguien, significaba hacerle donación de su espíritu, de su identidad. Así Elías entregó el manto a Eliseo cuando se separó de él y este último tuvo que asumir continuar la tarea del primero. Pues a esa vida que llega , nueva,  aclamada, se le pone a sus pies el espíritu, el ser de las personas, su esencia, su entidad.

Los vítores y los ramos no son coronas de laurel o de oro ni exaltación del éxito. Son el rumor de la naturaleza, de la vida, abriendo paso a la presencia de Dios en ella que llega en la apariencia de ese “varón de dolores” que soportará insultos, salivazos y vejaciones pero convencido de que no quedaría defraudado” Ese es el triunfo. Frente a este triunfo, la traición de la humanidad que vende todo esto por las treinta monedas del medrar, figurar, tener, aparentar,… Es, de momento la aparente derrota del “ser”.

Pues bien. Intentemos situarnos como uno más de aquella gente.

Solo por si les sirve para reflexionar:

¿Qué tanto quiero el triunfo glorioso o el porteado por Platero?

¿Qué tal aclamo con mis ramos, con las flores de mi vida, con lo mejor que hay en mi, a esa manera de vida en una adhesión de mi identidad puesta al servicio de ese proyecto que viene montado en un borriquillo?

¿Dónde me encuentro mejor, en la Jerusalén sagrada o en la aldea de enfrente?

¿Con quién estoy mejor con las piedras que gritan o con los que mandan callar las piedras?

Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas. Mir que te llega montado en un borrico. No sirve tu incienso ni tus coronas.

Un domingo de Ramos muy pleno.

Un abrazo

José Luis Molina

10 de abril del 2022.


PD.- Tal vez esta foto pueda darnos pistas de los olivos con los que hoy debemos cantar el Hosanna,

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