Hoy los cristianos católicos
celebramos el Domingo de la Sagrada Familia.
Y lo hacemos en un momento
extremadamente complejo donde es ineludible detenernos a analizar, pero hacerlo
con mucho tacto.
En primer lugar podemos situarnos en
una posición bucólica y devocional, fiándonos en la Familia de Nazaret para
admirarla allí, desde la distancia, pensando qué bonito pero imposible. (Lo
mismo no nos atrevemos a explicitarlo, pero lo pensamos). Esto no nos ayudaría
en nuestra experiencia familiar para vivirla con realismo desde la fe.
Despierta nuestra admiración y nuestra plegaria por nuestra realidad, resignado
a que carezcamos de ella.
Tampoc sirven aquellos que desde
movimientos religiosos subliman la realidad familiar construyéndola desde
posicionamientos pietistas y castrantes en la plena profundidad del ser humano
y sus relaciones
Por otro lado, a nuestro alrededor
contemplamos un panorama de familias desestructuradas. Y aparecen polémicas de
trasfondo religioso: Que si las situaciones de rompimiento, divorcio, etc, van
contra Dios que los unió para toda la vida, y toda esa vaina. Por supuesto que
Dios no puede querer ninguna realidad humana en la que un ser humano destruya o
agreda a otro, o en la que haya unos
terceros, (los hijos) que sufran esas consecuencias destructivas. Eso es lo que
Dios no quiere. Lo que hay que salvar serán las circunstancias que generan
estas situaciones, pero no mantener en apariencias de situaciones de normalidad
que, detrás de los decorados mata.
También nos encontramos con padres
que ya, cuando sus hijos tienen no más unos 12 años o menos, dicen que no
pueden con ellos. Terminan teniéndoles miedo y, para retenerlos, los
prostituyen comprándolos con concesiones aptas o intolerables que les permiten
alzar el vuelo antes de ser pilotos. Lamentablemente esta pandemia nos está
hablando mucho de esto. A mí me impresionó profundamente el anuncio en el que
una madre llama a su hijo para anunciarle que el abuelo está en fase terminal
por covid. Se supone que el hijo había ido a visitarlo y le dice a su madre se
había asegurado no era transmisor. También le dice está estudiando en casa de
un amigo, todo esto con el estrépito de fondo de una fiesta sin ninguna
precaución que la madre, engañándose no quiso oir.
Por otra parte está la gresca,
levantada y mantenida desde postura de desbocada ortodoxia irracional,
condenando de antemano y sin miramiento, a existencia de familias
homoparentales por provocar escándalo en los hijos y ser un caldo de cultivo
deformador sin importarles tantos hijos cultivados e caldos mucho más
destructivos, degradantes y escandalizadores,
Podría seguir haciendo referencia a
multitud de aspectos de este panorama complejo. Me temo que hay bastante para que opinen sobre mi negatividad.
Pero no es así. Sigo creyendo que hay posibilidades. Que son posibles otras
alternativas. Lo que no comparto es que la solución sea cerrar los ojos, negar
que ocurre algo, y esperar a ver si solos se solucionan los problemas.
Por el contrario, frente a esta compleja situación, mi postura es de
comprometerse en buscar y aportar soluciones. Es lo que propongo. No nos
cansemos de analizar, lo más objetivamente posible, y comprometernos en lo que vayamos
encontrando.
Mi opinión es que la pareja humana se
une, ciertamente ahí va incluida la dimensión de la sexualidad y la
procreación, pero esto puede resultar
extremadamente frágil si les falta algo fundamental: la elaboración, aceptación
y compromiso con un proyecto de vida que es donde el amor irá adquiriendo
cuerpo y solidez.
Dice el Evangelio: Sus padres estaban
admirados, María guardaba esto en su corazón y el Niño crecía y se fortalecía.
Es decir, María y José tienen que ir madurando con responsabilidad en la
concreción del proyecto que les da esencia y el hijo irse logrando como
concreción de ese proyecto
Siempre se puede modificar en los
errores, pero lo que no vale es permanecer en ellos.
Un abrazo
José Luis .
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