En el tiempo que llevo viviendo en mi
actual casa, estos diez años, aunque al
principio llenos de ausencias por mi enraizamiento en otras tierras, pero ya
prácticamente continua en los últimos años y ahora, en la etapa actual, sin
intermitencias confinado ocho meses ya por la pandemia. …
En este tiempo la gran ventana por la
que ahorita entra la luz de la tarde, me ha servido de íntimo observatorio.
Desde ella he contemplado, con regusto de evocaciones, al olivo: cómo ha ido creciendo, haciéndose copudo,
cómo se va poblando años tras años de aceitunas verdes en el inicio, moradas y
negras cuando, llegadas a la medida, se dedican a madurar. Las he visto
tintineando en las ramas en una danza eterna. Muchas veces, a través de la
ventana, en el olivo, las aceitunas actualizaban la danza de mi vida, el baile
de mi historia.
Este olivo llegó hasta mi casualmente. Estaba en la casa
cuando la compré. Nadie lo plantó para mí, pero, sin embargo, estaba
esperándome. Lo divisé, por primera vez desde la terraza y, desde el primer
momento comprendí que no concebía la casa, mi casa, sin el olivo. Y en un
instante se sacramentalizó y se encriptó
en mi esencia: El olivo era la presencia de la presencia ausente, de otras más
ausentes presencias. Al moverse sus ramas según el día, según el viento, según
… no sé que otros factores, el olivo me habla (ba) de caricias, de
abrazos en despedida, de abrazos en llegada, de abrazos sacramentales, de
retorcimientos angustiosos. Su tronco, viejo como yo, arrugado y convulso de
avatares encierra en cada
esquina, de las miles que lo configuran ,momentos vividos, experiencias vividas,
sueños soñados, anhelos construidos , rupturas que duelen, heridas que sangran,
y el olivo se convierte en brazos que sostienen exvotos y vitrinas que guardan,
como relicarios, tesoros.
He hablado con el olivo muchas veces.
He hablado para el olivo muchas veces. He hablado, bajo el olivo, muchas veces
con el sol, con el viento, con el reto de vivir y optar por seguir viviendo. He
hablado del olivo muchas veces con quienes sé que, si un día se sientan a su
sombra, se sentirán contentos y me sentirán a su lado.
También la ventana me ha permitido
contemplar el cotidiano espectáculo de la fuga del verde Albarracín dorándose
para dar paso, por su cresta, a la luna que, señora y enamorada, lo escudriña
cada noche deseosa de engarzarse entre los pinos y encontrar abrigos donde amar
y ser amada.
Pero hoy esta ventana me inquieta. El
aire revoca en las paredes y en los cristales. Ruge bronco y sus bramidos
enervan mi calma. Y el olivo se debate en la lucha. Sus hojas hoy no se
cimbrean. Parece que se desgajarán y
emprenderán vuelo, alto vuelo, vuelo lejano. Todo él, con todo su volumen,
aguantando las embestidas del viento, parece no podrá resistir. A su alrededor
esparcidas, desordenadas, maltratadas, rotas, yacen macetas, cerámicas
fragmentadas.
A través de la ventana contemplo el
patio, contemplo el olivo. Siento angustia. Ante el temor de sus ramas
desgajándose y erráticas por el aire hasta no sé donde siento, me siento,
temiéndome esparcido por la arena de no sé que playa cualquiera donde ya no
tendrán sombra.
Observo como el viento va arrancando
las aceitunas. Las hierbas, en el suelo, las ha recibido haciendo blanda la
caída. Aceitunas que mis manos ya no cogerán, que no contemplaré en ellas
acurrucadas. Miro mis manos y tomo conciencia de cuántas aceitunas cayeron al
suelo, se me escaparon y, de muchas , ni tomé conciencia y, tal vez, algunas
fueron aplastadas por mis pies.
Por fin, poco a poco, los cristales de la ventana comienzan a
llenarse de salpicaduras primero, de gotas de agua después, que, tras pequeños
titubeos, se deciden a deslizarse por el cristal en tímidos regueros.
Ha empezado a llover. Comienza a oler
la tierra mojada. Poco a poco la lluvia va aumentando y se va haciendo más
perceptible su sonido. Y también, poco a poco, el viento se repliega. Va
dejando de rugir, se va haciendo armonioso y, lentamente, de igual manera, se
coloca en retirada.
La lluvia sigue cayendo. Su llanto
purifica. Su llanto serena. Y el olivo, dejándose lavar, se purifica y, con
calma, se reafirma en la presencia de las ausencias presentes.
José Luis Molina
6 de diciembre del 2020
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