viernes, 15 de enero de 2021

EL BRASERO

 



 

En mi casa no hubo nunca chimenea. Hablo de “mi casa”, aunque así tengo muchos referentes. Esta casa mía, en la que ahora pienso, a la que ahora evoco, es aquella casa en la que fui encontrando mi conciencia, donde se me dotó de criterios y valores fecundos que fueron generando otros y diseñaron mi perfil, este perfil, siempre el mío pero en permanente evolución hasta este momento en  que, sobre él, estoy pensando.

“Mi casa” tuvo unos abuelos, pero no había chimenea para subirme a las rodillas de mi abuelo y que me contara cuentos mientras el fuego ensayara tonalidades en mis piernas de pantalones cortos y en las arrugas del rostro de mi abuelo.

Pero si hubo, en “mi casa”, una mesa redonda, grande, donde cabíamos todos.

No hubo chimenea pero, en invierno, bajo la mesa, había un brasero. Un brasero grande que mi abuelo se encargaba de encender cada día de invierno.

Con el tiempo, aquel brasero de picón se sustituyó por uno eléctrico. Mis padres, sobre todo mi madre, estaba muy contenta porque decía que era más limpio, más rápido. Pero a mí no me gustaba. El brasero eléctrico significaba pérdidas que se habían ido quedando al borde del camino. Significaba que ya no estaba mi abuelo, que nos había dejado y ya era imposible encender cada mañana el brasero con todo su ritual.  Ya no veía como se iban encendiendo los trozos de picón y cómo se avivaba en ellos el calor cuando se les soplaba con un soplillo o un cartón al que, después de encender el brasero, también se le daba de baja porque quedaba inservible para el siguiente.

Aquella cabeza blanca que, de vez en cuando soplaba, cabeza serena y boca de pocas palabras, pero las justas y certeras,  había desaparecido aunque permanecía no sé en que mirada mía, una mirada que no acertaba a localizar y explicar pero que me hacía verla nítidamente.

Con el brasero eléctrico desapareció el embrujo del brasero de picón. Con él, con el brasero de picón, yo siempre estaba dispuesto a “escarbar” en él, a “echar una firmita”, aunque durante bastante tiempo me proporcionaba se me corrigiera  pues  no “removía” el brasero “apretando” por los lados sino esparciéndolo desde el centro , lo que interrumpía o entorpecía la combustión, quedando la tarima  sucia con las cenizas esperriadas.

Con aquel brasero desapareció, al menos de mi casa la “alambrera”, donde se colocaban, para un más rápido secado, los pañales del pequeño de turno. Era inolvidable (al menos para mi, yo aún lo recuerdo) el olor a la ropa limpia y ella, la ropa limpia, despidiendo fragancia de limpieza que se hacía entrañable.

No había chimenea en mi casa. Pero había un brasero de picón en la camilla. A las mujeres les preocupaba que les saliera cabrillas A nosotros no.

En mi casa de ahora, donde hay chimenea, pero raramente la enciendo, en la mesa camilla donde escribo, hay un brasero eléctrico. Pero de vez en cuando evoco aquel brasero de picón.

Creo que no es el brasero de picón lo que emerge en mi recuerdo, sino todo aquello que con el brasero de picón quedó atrás. Es curioso el poder sacramental de las cosas cuando trascienden lo cuantificable de su ser.

Pudiera creerse que las líneas que preceden y lo que con ellas evoco, me surge en estos días en los que nos está arreciando el frío mucho más allá de lo acostumbrado. Pero no es así.

Esto lo escribí en los días tórridos del pasado verano, en los que se añora llegue el fresquito. Es simplemente el fenómeno de la confrontación en el espejo de la vida lo que hizo que apareciera aquel brasero de picón signo de calor de familia, signo de calor preparado, signo de vida hecha y saboreada, no simplemente consumida, vida que retengo entre mis manos y aprieto  contra mi pecho, vida que sé se está escapando pero con la tarea hecha al calor del brasero y en esa mesa donde cabíamos todos.

 


¿Quién diría que aquellas ramas que, lentamente, ardieron sepultadas en el monte iban a dar aliento y calor a momentos familiares y a la memoria de ellos?

                                  José Luis Molina.

                                            7 de agosto 2020

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