EL PROFETA NO LE PONE PRECIO A SU
LIBERTAD
Les propongo que para la reflexión de
este IV Domingo, primero conozcamos las
lecturas.
En serio, leámoslas primero.
Son:
-
Deuteronomio 18, 15 – 20
-
1Corintios 7, 32 – 35
-
Marcos 1, 21 – 28
Bueno, supongo que las habrán leído y
por tanto ya conocerán de qué van.
Ahora iré con orden, siguiendo las
mismas lecturas y comentando algunas de las ideas que sugieren o que, al menos,
a mi me sugieren.
Lo primero que aparece es la figura
del profeta: “Suscitaré un profeta en medio de vosotros..,” dice. Evidentemente
tiene sentido que pensemos en Jesucristo, el gran profeta de Dios. Pero no solo
se refiere a Jesucristo porque habla del profeta que proclama la palabra que Dios
pone en su boca y de otros que hablan en nombre de Dios lo que Él no dice y
esos no pueden ser Jesucristo. Por ello opino también se refiere a nosotros,
suscitados como profetas por el bautismo.
Ante esto último, este hablar “como
de parte de Dios” cosas que Él no dice, nos puede coger de lleno cuando hemos
convertido en “cristianismo bueno” las buenas formas (no importa si detrás hay
mentira o apariencia, que es lo mismo), la justificación con razonamientos
desde una falta de ética, los puntos suspensivos (sí, pero…, o tú
ya sabes, …) cuando no queremos revelar algo negativo de otro pero lo dejamos así,
abierto a la libre maledicencia; cuando proclamamos como voluntad de Dios lo
que solo es fruto de ambiciones, de deseo de poder, de protagonismos o cuando
silenciamos la opción desde donde actuamos detrás de una falsa caridad cuando
lo que no queremos es afrontar las consecuencias del profetismo.
Y al hilo de esto, nos detenemos en
la lectura de Pablo. Evidentemente no se puede interpretar lo que Pablo dice
sin tener en cuenta la realidad de Corinto. Pero, además, interpretar a Pablo
solo en un sentido biológico es un reduccionismo.
Ser profeta requiere de libertad.
Teológicamente el “debernos a las mujeres o a los maridos”, lo que no es
negativo, debemos entenderlo como todo
aquello con lo que nos casamos y nos impide proclamar la palabra que Dios pone
en nuestros labios. Ser célibes para estar casados con el afán de medrar, de
hacer carrera, de lograr ser importantes, de proteger nuestra imagen o casarnos
con cerrar os ojos y la boca para que la verdad que hace libres no dañe
nuestros intereses económicos, familiares o afectivos,no sirve para nada. El
profeta que sea célibe frente a todo eso, será tildado de radical, extremista,
negativo, etc.
Y por último, pasamos al Evangelio:
En la sinagoga, en los templos, en el
mundo religioso, también se cuelan espíritus inmundos. No soportan la voz del
profeta porque los pone en evidencia, lo que acabaría con ellos. Al profeta lo
llamarán, como a Jesús, soberbio porque se dice y se quiere hijo de Dios. Pero
se defienden como gato panza arriba, con gran estrépito, intentando romper el
aire de libertad que el profeta genera.
El hombre queda liberado. Su fama se
extiende pero no para concederle un “Goya” o ponerle alfombras de solemnidad.
Su fama es conocida, es decir, su acción es tangible como todo proceso que
libera. Pero esto no en una dimensión intimista, sino social y comunitaria.
José Luis Molina
3o de
enero del 2021.
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