Una sonrisa que se hace ternura,
un brillo en tus ojos
que te evidencia
indefenso y fuerte,
castillo que protegía,
morada que defender
y leve, casi nada,
ver temblar tus labios,
más elocuente que aquella palabra
que no articulabas
y, que yo, no necesitaba:
La conciencia de sin nada pedir
porque entendiste de dar
sin ofender ni humillar.
Y un día, inesperado y cierto,
hoja de papel donde iniciar
la despedida hecha de miedo,
de canto y esperanza,
de ternura y llanto.
Y al final de todas las palabras
la única que necesitaba: hijo,
y la mía respondiendo: gracias.
José Luis Molina
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