En los parámetros en los que se
mueven las claves del pensamiento actual, tal vez, solo digo tal vez, la figura
que hoy nos presenta el evangelio no sea demasiado empática (todo lo contrario
que en tiempos pasados) y pudiera provocar animadversión o cierto rechazo por
calificarla de manipulación, paternalismo y un montón de cosas más.
Frente a eso, se me ocurre hacer
algunas disquisiciones que tal vez puedan ser de interés.
Empecemos por las ovejas. Las ovejas
no so unos animales tontos que no sabe para dónde ir o que, como borregos,
Vicente va donde va la gente.
No, las ovejas eran animales
fundamentales en Israel: De ellas se obtenía leche, queso, lana (fundamental
para los tejidos de entonces), carne y abono para la tierra. No son
excesivamente exigentes y permitían la trashumancia buscando pastos donde los
hubiera. Por todo ello, la entidad del “ser ovejas” es importante. Además no
son animales agresivos, son “buena gente”. Y por ello, que el ser humano, en la
parábola, aparezcamos ubicados en ellas es de muy positiva consideración.
Otra cosa es lo que con estos seres
humanos, con estas ovejas se puede hacer. En vez de ayudarlas a su desarrollo
en plenitud las “utilizan” para beneficios egoístas. Piensen que uno de los
grandes negocios comerciales en Israel se fundamentaba en las ovejas y estaba
en manos de los sacerdotes. Ellos poseían mayoritariamente estos rebaños
(aunque se los cuidaran otros) y eran los vendedores principales para las
ofrendas del templo, con lo cual el negocio era redondo. ( ¿Se acuerdan del cabreo de Jesús con los
mercaderes del templo?). ¿A qué ya el relato les está oliendo un poco a lobos?
Ir juntas las ovejas tiene una bonita
lectura: son seres sociales y sociables, se requieren los unos a los otros,
“son-con-los-demás”.
Pero esto también puede ser utilizado
por los lobos. Si alguna levantaba la cabeza de grupo para mirar la realidad,
crecidas en el temor a los lobos, la obligaban a bajarla, con lo cual, lo que
era una virtud positiva, la socialización, manipulada se convierte en un
impedimento para el desarrollo.
El buen pastor es otra cosa: conoce a
las ovejas y éstas le conocen. Y eso no es cuestión de un rato, ni de buenas
palabras y bonitas apariencias. Porque cuando solo es eso, a la hora de la
verdad, queda al descubierto.
No, este conocerse las ovejas y el
pastor bueno es el resultado de la “com-pasión”, del caminar juntos, de
construir-con-los-demás. De compartir vida con los otros, de constituir un
rebaño, es decir, un proyecto de humanidad concreto, no cualquiera, donde la
piedra angular se descubre en el caminar con el buen pastor, por donde el buen
pastor y como el buen pastor. No a golpe
de titulares y rótulos, sino de zapatillazos. Porque si ampliamos la focalización oiremos decir pronto que él
(un buen pastor) va delante de nosotros para encontrarnos en Galilea, la Galilea de
los gentiles, la humanidad abierta para que nosotros continuemos su pastoreo en
ella, que no es proselitismo sino tarea,
trabajo de humanizar la humanidad invirtiendo nuestra vida en ello.
José Luis Molina
25
de abril de l2021
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