sábado, 29 de enero de 2022

NO OLVIDEMOS EL PARA QUÉ

 



 

El domingo pasado vimos que se nos ha bautizado en Espíritu Santo y fuego.

Hoy también, en 1ª Corintios, Pablo habla de recibir el Espíritu, pero esto lo hace con una concreción precisa y meridiana.

Creo que esta insistencia es interesante y no debemos desperdiciarla. Con ella, con esta insistencia, tenemos la oportunidad de reforzar nuestra reflexión de la semana anterior.

En la semana anterior oíamos a Pedro decir que Jesús, el ungido por el Espíritu, con el que estaba el Padre, pasó haciendo el bien y liberando a los oprimidos. En las lecturas de hoy se aborda el tema de la misma manera inequívoca: Es verdad que el Espíritu de Dios, en nosotros, hace que desarrollemos diferentes carismas, cualidades, etc. Pero no recibimos el Espíritu, no recibimos estos dones, para provecho propio que nos haga sobresalir y ponernos por encima de los demás.

Todo lo contrario: Una manera de discernir si estamos movidos por el Espíritu, decía yo en la celebración de la eucaristía, es verificar que nos movemos , entregamos y nos llenamos con el bien común, incluso cuando puede resultarnos molesto, costoso, fastidioso, etc. Para eso recibimos el Espíritu .

Si esto es así, ¿podemos ponerle límite al tiempo, la comodidad será una razón justificativa o eximente? Podemos permitirnos hacer acepción de personas que supone privilegiar a uno mermando el bien de otros?

Pero, aunque esto es un medio válido de discernimiento, debemos ser conscientes de que incluso podemos estar haciendo el bien a otros y no estar movidos por el Espíritu sino por otras razones: la vanidad, buscar recompensas, conseguir alabanzas y reconocimientos.

No quiero ser negativo y estropear el tema, pero no puedo ignorarlo porque se da. Vean ustedes cuantas lápidas conmemorativas ocupan las paredes de buenas obras para “dignificar” a quien las hizo.

Creo sería mucho más adecuado, cuando hacemos algo para los demás, poner, si es que hay que poner algo, una lápida que exaltara la dicha de ver como los que no tenían van teniendo, que a los que les sobraban cadenas que les amarraban (por falta de cultura, por marginación, etc,) y andaban sometidos van levantando sus brazos libres para tocar las palmas y bailar.

Esa es la experiencia que nos deja Jesús pasando haciendo el bien. De esa experiencia  podremos comprender mejor el canto de Isaías de hoy. De esa experiencia nace, en lo cotidiano, en la vida, la fiesta de la boda en la que el amor cotidiano se hace sacramento en el agua transformada, en el amor recibido, compartido, donado.

Un abrazo

José Luis Molina

16 de enero del 2022

 

 

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