Hoy me gustaría, en esta reflexión de
la Solemnidad de Santa María Madre de Dios, situarnos frente a María,
ciertamente reconocida como Madre de Dios, para intentar, desde ella, seguir
dando pasos que nos permitan avanzar en nuestra experiencia de Jesús.
Reconocemos a María como la madre
biológica de Jesús. Pero también la llamamos madre nuestra. Y, ¿qué alcance
tiene llamarla así? Porque, ciertamente, madre biológica nuestra no es.
Entonces , ¿cómo es su maternidad con
relación a nosotros?.
¿Una maternidad romántica, muchas
veces descolorida? ¿Con flores a María en el mes de mayo? Como los que le
llevan una flor o unos bombones a su madre el domingo de mayo y luego, durante
el año, están arrinconadas, desterradas, lejos de lo que fue la vida que ella
pario. ¿O, tal vez, como madre romántica para ponernos dulces, tiernos, decirle
piropos (letanías) pero quedándonos ahí contemplándola desde nuestra vía del
tren que nunca llega a juntarse con la suya?
Maternidad espiritual. He de
confesarles que esta palabra me da cierto miedo porque detrás de este término,
demasiadas veces, colocamos el mundo de las ideas teóricas.
Si empleamos la palabra madre,
forzosamente eso conduce a la vida, a la vida engendrada, a la vida parida, a
la vida compartida con gozo.
Y así quiero situarme hoy para hacer
referencia de la maternidad de María: Madre nuestra, madre del género humano.
Pero esto, ¿de qué manera? Lo será si
de ella surge fuerza, referencia, gestación y parto para una humanidad
diferente.
Y de esta manera hoy, en los textos,
podemos encontrar aspectos de esta maternidad de María:
El Señor te bendiga y te proteja.
Protegida, sí, pero no dispensada de asumir el dolor y la cruz a causa de su
fidelidad. Protegida y bendecida por ser la llena de la presencia del Señor, la
abierta al Señor, la disponibilidad y aceptación de su Palabra (al Verbo). Y
esto nos enseña a entender lo que es la bendición de Dios: es sentir su
presencia llenando y dando sentido a la vida desde él, pese a las consecuencias.
Esa es la bendición del Señor.
Así se manifiesta en el Salmo 66:
Que Dios tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros,…
hasta hacernos irrumpir en cánticos
como María en el Magníficat.
Y esta bendición de Dios sobre María,
sobre nosotros, que sea siempre desde el asombro.
· Asombro ante un Dios que se fija en nosotros.
· Asombro ante una manera de entender la historia que puede resultar,
incluso, absurda, ciertamente contra corriente pero a la que nos llama a participar.
· Asombro comprometido con lo aceptado que nos lleva a permanecer en
actitud de búsqueda y de adentrarse por la hondura de sus caminos. Con la María
de Nazaret, incansable buscadora del proyecto de Dios en cada momento y
circunstancia de la vida, no se lleva esas posturas devocionales que no rompen un plato, ni su tiempo, ni sus
gustos,…pero por comodidad, no por virtud ni por opción por el otro.
Así concibo a María cuando repito
Madre de Dios y madre nuestra, porque prolonga hasta mi la experiencia suya del
Dios que la bendice y por el que se muestra bendecida, ofreciéndome esa
experiencia para que también sea mía e igualmente de ustedes.
Un abrazo
José Luis Molina
1 enero 2022
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