En
menos de 5 meses, Francisco se ha ganado la simpatía del mundo, se ha
convertido en un líder planetario de prestigio y ha vuelto a dotar a la
Iglesia de la credibilidad y de la confianza social que había perdido
"Es un peligro para los poderes del mundo y de la Iglesia y, por eso mismo, está en peligro".
Así
de claro lo tiene el jesuita navarro José Enrique Ruiz de Galarreta,
amigo del Papa Bergoglio desde que coincidió con él, hace 33 años, en el
noviciado en Alcalá de Henares. En la misma línea se pronuncia el
teólogo brasileño Leonardo Boff, uno de los máximos exponentes de la
Teología de la Liberación: "Francisco está en peligro, porque, en el
Vaticano, hay una historia de muchos asesinatos desde hace mucho
tiempo".
Tanto
el jesuita como el ex franciscano conocen al Papa desde hace tiempo,
están encantados con los nuevos aires que está imprimiendo a la Iglesia
y, por eso, le advierten. "Bergoglio se atreverá a cambiar, si no lo
matan antes; Ratzinger se ha retirado por miedo", señala el compañero
navarro del Papa. Y le da un consejo: "Que renueve la plantilla sin
suscitar demasiado odio; que se lo tome con calma, para ir colocando a
un equipo de su confianza".
El teólogo de la Liberación, al que
Ratzinger obligó a guardar silencio, recuerda el caso del "Papa
meteorito". "Juan Pablo I reunió a los cardenales y les anunció que se
iría a vivir fuera del Vaticano. Dos días después, apareció muerto".
Quizás por eso, Boff invita a Francisco a "tener cuidado, porque donde
hay lucha por el poder no hay amor, y el poder siempre busca más
poder".
Ruiz
de Galarreta y Boff no son los únicos en temer por la vida del Papa.
Obispos y fieles católicos de todo el mundo piensan lo mismo, aunque
unos se lo callen por pudor y otros por no tentar a la mala suerte. El
caso es que se extiende, entre el pueblo católico, la sensación de que
el Papa está en peligro.
¿Para quién y por qué es un peligro el Papa Francisco?
Hace
poco más de 120 días que Francisco llegó al papado. Por sorpresa. Y es
que, tras la etapa reformista de Juan XXIII y Pablo VI (los dos papas
del Concilio) y el leve 'apunte' de Juan Pablo I, que sólo duró 33 días
en el solio pontificio, llegó la involución, que, de la mano de Wojtyla y
Ratzinger duró 35 años.
La
Curia romana, que se hizo con las llaves de la maquinaria vaticana tras
dos Papas como Juan Pablo II y Benedicto XVI que no gobernaron, quería
ampliar el ciclo conservador en la Iglesia. Por su propio interés.
Pero,
Benedicto XVI, el Papa anciano y sabio, le rompió el espinazo al poder
curial. Hastiado de los "lobos" de su Curia y sin fuerzas para limarles
los dientes, ideó la "santa venganza": Renunciar para poner fecha de
caducidad al papado y, por lo tanto, a cualquier otro cargo
eclesiástico. Al hacerlo, arrastró en su caída a todos los grandes
líderes de los lobbies vaticanos, que cesaron automáticamente en sus
puestos hasta que el nuevo Papa provea.
La maquinaria romana se pone en marcha con el precónclave y el cónclave.
En
ellos, los cardenales "peones", hartos del mangoneo y de la mala imagen
que la Curia proyectaba sobre toda la Iglesia (con sus intrigas, luchas
de poder, cuervos, Vatileaks y mayordomos infieles) decidieron apostar
por un cardenal jesuita latinoamericano, austero, carismático y con
dotes de mando y gobierno.
Y
eligieron al arzobispo de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio, por una
mayoría abrumadora: se habla de 90 votos sobre 115, superando los 84 con
los que fuera elegido su predecesor.
Y
"desde el fin del mundo" llegó a Roma un ciclón, una especie de tsunami
de Dios. Lleva poco más de 120 días al frente de la Iglesia y ya le ha
cambiado la cara a la institución.
Me
lo confesaba en Rio el cardenal Hummes, el que le susurró "no te
olvides de los pobres" inmediatamente antes de que fuese elegido: "El
pueblo católico está de nuevo feliz, está de nuevo con la cabeza
levantada. Antes, andaba medio triste y preocupado, debido a todas las
crisis que se estaban descubriendo en el seno de la Iglesia. Y hoy el
pueblo ha recobrado la esperanza".
En
menos de 5 meses, Francisco se ha ganado la simpatía del mundo, se ha
convertido en un líder planetario de prestigio y ha vuelto a dotar a la
Iglesia de la credibilidad y de la confianza social que había perdido.
Llegó diciendo que quiere "una Iglesia pobre y para los pobres" y lo
está cumpliendo.
Ha
vuelto a colocar a los pobres en el centro de atención de la
institución y, para defenderlos, ataca sin piedad (desde la peana de su
autoridad moral) a todos los poderes que atentan contra los "vip de
Dios". Tanto de fuera como de dentro de la Iglesia.
¿Alguien podría tener interés en matarlo?
Francisco
señala con el dedo al capitalismo salvaje y a los poderes económicos y
financieros que no redistribuyen la riqueza. Fustiga a los políticos de
todo pelaje y condición por utilizar sus cargos para su lucro personal,
en vez de ponerlos al servicio del bien común.
Como
un profeta del Antiguo Testamento denuncia con palabras y con gestos e
imágenes que calan hondo y llegan directos al corazón del pueblo.
Su
primer viaje fuera de Italia fue a Lampedusa, la isla donde está
recluidos en medio del mar, los emigrantes sin papeles que se juegan la
vida (y 20.000 la perdieron) para cruzar desde África en busca del
paraíso europeo. Allí los abrazó, los bendijo con un báculo formado por
dos palos de la madera de un cayuco naufragado, rindió homenaje a los
muertos y pidió a Europa que los trate con justicia y dignidad y que los
deje entrar en suelo europeo. Al día siguiente, las huestes de
Berlusconi le contestaron: "Que los acoja el Papa en el Vaticano".
Y
si con los poderes del mundo es duro, contra los de la Iglesia utiliza
el látigo, como Cristo en el templo. No hay cosa que más le duela y más
fustigue que los "eclesiásticos príncipes", "enclaustrados en sus
puestos", que "no salen a la calle" ni a las "periferias existenciales" y
que huelen a Armani en vez de "oler a oveja". No quiere eclesiásticos
aferrados al poder, porque, en la Iglesia, el poder es servicio. O debe
serlo.
Y el Papa sabe que, hoy, para que la predicación de la Iglesia vuelva a ser creíble tiene que dar primero el trigo del ejemplo.
Él sí predica con el ejemplo.
Deja
el palacio, vive en una residencia de curas, renuncia a los capisayos y
a los oropeles, prescinde del papamóvil blindado, viaja en utilitario,
lleva su propio maletín y, en definitiva, se comporta como una persona
normal.
Vive
con suma sencillez y austeridad y toda su acción está dirigida a
predicar la esperanza de un Dios de ternura y de misericordia. Y pasar
de una Iglesia malencarada y del no a otra alegre y del sí.
Pero,
con su vida y con sus palabras, el Papa deja en evidencia a la
jerarquía, que sigue viviendo en palacios y desplazándose en coches de
alta gama. Con sus reformas, les está tirando abajo el "chiringuito" y
eso la descoloca. Empezó por reformar el propio papado. Pasó de un
papado imperial a otro colegial. Por eso nombra comisiones de cardenales
y de expertos, para que le ayuden a reformar la Curia.
El
próximo otoño jubilará a los máximos jerarcas curiales, empezando por
el Secretario de Estado, Tarcisio Bertone, y convertirá el banco
vaticano (conocido por las siglas IOR) en una banca ética. Sin acceso al
dinero y sin el control del poder, la Curia volverá a ser un aparato
burocrático al servicio del Papa y de las iglesias locales.
Pero aún hay más. Tras tocar la estructura del papado y de la Curia, Francisco está iniciando también reformas doctrinales.
En dos pasos:
El
primero, ya en marcha, es cambiar la tendencia respecto a temas
"delicados" de moral sexual, como los matrimonios gays, el preservativo o
las relaciones prematrimoniales. Francisco sabe que no puede
reconquistar a los jóvenes, si les obliga a llegar vírgenes al
matrimonio o a mantener relacione sexuales siempre abiertas a la
procreación.
El segundo paso serán los cambios en algunos temas doctrinales concretos. Con prudencia y de uno en uno.
El
primero puede ser el permitir el acceso a la comunión de los
divorciados vueltos a casar. Y, si hay algo que pone de los nervios a
los sectores más conservadores y talibanizados de la Iglesia son las
cuestiones sociales y sexuales. En lo social, está ya muy claro que
Francisco está de parte de los pobres y contra los poderosos. En lo
sexual, ha cambiado la tendencia y ha pasado de la condena a la
comprensión: "¿Quién soy yo para juzgar a un gay?", acaba de decir.
¿Cómo evitar el peligro?
Como
es lógico, el Papa cuenta con medidas de seguridad. Las externas, que
le ponen los gobiernos de los diversos países, cuando viaja. Y las
internas, su propio cuerpo de seguridad, dirigido por el capitán
Domenico Giani. Su 'ángel de la guarda' tiene 46 años y es el jefe de
seguridad del Vaticano desde
2006.
Trabajó
ya con Juan Pablo II y Benedicto XVI, pero ninguno le dio tantos
quebraderos de cabeza como el Papa Francisco. Pura y simplemente, porque
no quiere seguridad. Está convencido de que el pastor tiene que estar
entre las ovejas.
Y,
aunque no tiene más remedio que plegarse a ciertos protocolos, los
rompe continuamente y se expone sin parar. Ha jubilado el papamóvil
blindado y se desplaza en un pequeño Fiat. Y con la ventanilla bajada,
blanco perfecto de cualquier mira telescópica. Se mete entre la gente,
incluso en las favelas de Rio, y toma mate de un vaso que alguien le
ofrece al pasar en el papamóvil. Sin miedo a que lo envenenen.
Francisco
sin miedo lo explica así: "Con menos seguridad, he podido ir con la
gente, abrazarles, saludarles, sin coches blindados. La seguridad es
fiarse de un pueblo. Siempre hay el peligro de que un loco haga algo.
Pero también está el Señor. Crear un espacio blindado entre el obispo y
el pueblo es una locura".
El
riesgo existe y Francisco lo asume. De entrada y por convicciones
pastorales y teológicas. Sabe bien cuál fue el final de todos los
profetas, empezando por el de Nazaret.
¿Qué ocurriría en la Iglesia, si se produjese un magnicidio?
Tiene
enemigos dentro y fuera. Y muchos. Y, encima, no quiere protegerse. El
blanco es fácil. Tanto para un loco aislado, como para un complot
teledirigido. Desde fuera, al estilo del turco Ali Agca. O desde dentro,
como en el caso del malogrado Juan Pablo I, de cuya muerte siempre
habrá dudas, porque el Vaticano se negó a hacerle una autopsia.
Si ocurriese algo así (Dios no lo quiera), ¿qué pasaría en la Iglesia?...
En
primer lugar, Francisco se convertiría en un santo por aclamación
popular y en el Papa mártir de los pobres. Pero, si las sospechas
recayesen en los hombres de Iglesia, ésta quedaría tocada y,
posiblemente, hundida. Poca gente volvería a poner su confianza en una
institución que elimina a sus mejores 'jefes'.
Y,
por mucho que lo escondiese, no podría acallar las sospechas que, en el
universo mediático global actual, pronto se tornarían en acusaciones y
deserciones masivas de fieles. El descrédito de la institución sería
absoluto.
Si
las sospechas sobre el magnicidio señalasen a los poderes del mundo, la
Iglesia saldría reforzada, buscaría un nuevo Papa que siguiese la línea
marcada por Francisco y ganaría fieles para su causa. Pero, al mismo
tiempo, cundiría la desesperanza, sobre todo entre los pobres y la
protesta.
Y
hasta puede que los católicos hiciesen causa común con los indignados o
se tornasen indignados que, siguiendo el ejemplo de su mártir, saliesen
a las calles "pacíficamente y sin violencia, a proponer alternativas
sociales a la luz del Evangelio".
Una
revolución cristiana mundial, que se extendería por los cuatro puntos
cardinales, excepto, quizás, en Asia y en el mundo árabe. Vivo o muerto
Francisco es un peligro y está en peligro. Sólo Dios lo puede salvar.