martes, 24 de febrero de 2015

SEGUNDA PARTE

Ahí cuelgo la segunda parte de  La Valla

La valla II

Publicado: 25 febrero, 2015 en DENUNCIA / ANUNCIO
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compartir.LA VALLA II
MAGDALENA BENNASAR, espiritualidadcym@gmail.com
MADRID.
ECLESALIA, 25/02/15.- Hacía un frío que pelaba y al entrar olía a sardina frita. No, no, no es pescado, fríen patatas pues, con el aceite de lo que han frito otro día…El olorcillo la entrada al salón donde íbamos a reunirnos. Celebrábamos la “cena del hambre” en una parroquia del sur de Madrid, y aquel olorcillo aunque resultara fuerte, era reconfortante sabiendo que aquella gélida noche la cena sería una caldillo y media manzana fría, muy fría ya que la temperatura por aquellos lares era gélida con un vientecillo de los que saludan hasta a las neuronas, sí, porque se meten muy dentro.
Cruzamos medio Madrid en el metro, viendo cómo iba cambiando el perfil de los usuarios según los barrios. De pronto al bajar en nuestra estación de destino le digo a Carmen: “por las caras que veo no podría decir donde estamos, aquí estamos todos menos los que vemos tanto en la tele: políticos, banqueros, artistas, deportistas… los que protestan para tener éxito y votos no se les ve ¡qué raro, con lo comprometidos que parecen algunos!” Estarían en alguna “cenorra” de trabajo o en algún cóctel de los Goya ¡a saber! o en Suiza, rescatando calderilla…
Los autores de la mariscada-patatas fritas eran cinco muchachos africanos a quienes tuvimos el gusto de conocer y escuchar largamente en su narración exhaustiva de su travesía. Poco a poco el estómago se me iba cerrando al escuchar y sentir, sí sentir, como la tristeza de aquellos chicos se me iba pegando a la piel. Veía la lagrimilla de Macu a mi derecha que resbalaba por su mejilla, ella, casada, madrileña ha estado con su marido Ángel en África, hasta que la guerra los trajo de vuelta al otro lado de la valla. La que coordinaba el diálogo y su marido también hace poco volvieron de aquellas tierras tan lejanas y tan cercanas…
Y ellos, con su estilo, lento, tranquilo, uno tras otro, iban contando su historia, y luego les traducían, menos a uno que lleva más tiempo y habla muy bien. Ellos no tienen prisa, al fin pueden contar su drama a un público que quiere escucharles, y al que no piden nada porque la colecta era para Manos Unidas. Contaban su historia. Habían cruzado la valla. Son de los que han tenido suerte, pero esa suerte está impregnada de dolor por los compañeros que vieron morir en el intento, por las veces que habiendo cruzado les devolvieron al otro lado, hasta que intento tras intento, arriesgando lo único que tenían y tienen, su vida, lo consiguen.
Alguien les pregunta ¿y después de la valla qué? No os voy a contar la respuesta porque la vemos todos los días en el Telediario. La respuesta es de libro. Las excepciones confirman la regla.
Y yo me quedé con la pregunta, reconozco que perdí un poco el hilo del que hablaba, pero la mente y entrañas cargaditas ya de un sentimiento difícil de comunicar, se me fue. Intenté desenredar aquella madeja de sentimientos y emociones en el silencio de la madrugada del día siguiente. Intenté conectar con los chicos que estarían esperando hambrientos y helados al otro lado de la valla… y con las mujeres, embarazadas, niños y jóvenes en las pateras, en medio de un Mediterráneo enfadadísimo y helado aquellos días, conduciendo esas vidas, que para tantos contó metros no cuentan o sólo cuentan para agravar la economía ¡que es lo que cuenta!
Yo al otro lado de la valla, de nuestro lado, veo miedo. Siento miedo. Pero no miedo a compartir el ambulatorio o la comida, eso es fácil. Siento miedo a descubrir la valla dentro de mí. La valla que levanto cuando no quiero abrirme bajo riesgo que se conozca mi vulnerabilidad.
La valla que levanto cuando me quiero afirmar en mis opiniones y creencias porque mi lado es siempre el bueno.
La valla que levanto cuando prefiero quedarme de ese lado cómodo y más seguro antes que correr el riesgo de perder posición en cualquiera de mis ambientes.
Ellos arriesgan la vida para dar de comer a los suyos  ¿y yo? ¿Arriesgo algo para deconstruir mi valla? Entiendo que Jesús diga repetidamente que para seguirle hay que dejarlo todo, porque es a lo que me agarro, lo que me impide cruzar al otro lado de mi valla protectora, que en el fondo es la causa de las vallas que construimos los ricos para protegernos de los pobres. La rica en mí, tiene miedo de la pobre en mí, y la rica se afianza en sus saberes y experiencias, mientras la pobre le dice, serías más feliz si dejaras todo eso y de construyeras tu valla, ladrillo a ladrillo, alambre a alambre.
Jesús me dice que le gusta la pobre en mí. Es un tipo rarete, ya sabéis. Parece que lo que le gusta es lo maleable, lo flexible y por ello cuanto menos alambre y ladrillo mejor. Le gusta que como él me atreva a buscar otras maneras de vivir y compartir que sean inclusivas y sencillas e igualitarias. Le gusta que llore por reconocer que me siento cansada de buscar esos lugares y a veces parezca imposible eso del Reino que para él era tan importante, y que yo creo a pies juntillas. Bueno, en sí no le gusta que llore, pero sí que reconozca que no puedo y que las lágrimas me limpien la retina de egoísmos y cataratas comodonas.
Por eso es que yo creo que Jesús está al otro lado de la valla. Te lo digo por si llevas tiempo buscándole y no le encuentras. Lo bueno que tiene es que como no se establece en ningún sitio, el hombre va y viene y se hace difícil acomodarle y tenerle quietecito para que me escuche en mi tiempo de silencio. Cuando me quiero dar cuenta está tomando café con esos chicos para caldearles el alma y me echa un guiño “¡ven pacá, estoy del otro lado!”
Muchos textos del evangelio nos hablan de “la otra orilla”, pienso que hoy diríamos algo así como “la otra valla”.
Y al terminar la cena del hambre, ahí estaban nuestros hombres, contentos de que les hubiésemos escuchado, ávidos de cariño y trabajo. Si sabes de algo, tal vez nos puedan ayudar a deconstruir vallas, no sé, habrá que pensarlo.
Y llego a casa, y está Yolanda, compañera de comunidad, que lo tiene claro, ella en la selva, o sea en la civilización de la selva peruana, donde hay más cordura y bondad. Dice que no hay curas ni monjas siquiera que quieran ir, porque es la otra valla. No como aquí que el día de la vida consagrada estaba la Almudena a rebosar…no sé, habrá que pensarlo también. Tendré que madrugar muchos días o sea todos los días para tomar café en la valla del lado de Jesús y aclarar esa madeja porque es que no lo consigo sola.
Tal vez si nos juntamos algunos que nos atrevamos a sacar la pobre y el pobre de dentro, igual pillamos lo de la otra valla y juntos con los del sur y los de dentro hacemos algo que merezca la pena.
¡Habrá que pensarlo y sentirlo! ¡Vaya, cuanto! (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

Me he topado con esta continuación de La Valla precisamente hoy que me encuentro no precisamente en uno de mis mejores días.
Antes de colgarlo, obviamente, lo he leído. Con su aparente sencillez y la vorágine en que me encuentro, me ha costado sumergirme en el texto.

Estoy cansado de mentiras, enredos,... engaños.
Estoy cansado de disquisiciones teóricas o filosóficas.
Estoy cansado de manipulaciones y de ser manipulado.
Estoy cansado comprobando como me voy cansando a fuerza de intentar sostener en pie lo que veo se desmorona.
Estoy cansado de estar cansado.
Estoy cansado de tener que admitir que en medio del olor a incienso y discursos religiosos, construimos el mundo llenándolo de vallas que luego nos impulsan a construir ötras" ...

Y hasta ahí llegué. Mejor dicho, ahí me llegó el texto.

Desde esa situación de cansancio he orado y he concluido que más grave que el que  las vallas las construya yo o ya estén construidas por otros, es a qué lado de ellas me coloco.

No se me ha quitado el cansancio. Es más, me vivo en rompimiento.

Pero cuando antes andaba perdido, preocupado por encontrar una sombra, ahora me encuentro pensando mi compromiso con la libertad de pasar por encima de las estructuras, de las motivaciones e intereses personales mezquinos y, en tantas ocasiones, teñidos de religión. para luchar contra las vallas que intentan encerrarme y someterme a su imperio.

Y admiro más a los sin vallas (Francisco de Asís, Ghandi,  Casaldáliga, ...) pero no indiferentes a las vallas y a los que las sufren

José Luis Molina

lunes, 16 de febrero de 2015

¿QUÉ HAY DE VERDAD EN ESTA CUARESMA? o más bien ¿ES VERDAD LA CUARESMA CRISTIANA?

" Isaías 58,  6-8
Oráculo del Señor: El ayuno que yo quiero es éste:Que se  abran  las prisiones injustas, que desates las correas del yugo, que dejes libres a los oprimidos, que acabes con todas las opresiones; que compartas  tu pan con el hambriento, que hospedes a los pobres sin techo, que proporciones ropas al  desnudo, y no te cierres en  tu propia carne ( no te desentiendas de tus semejantes). Entonces nacerá una luz como la aurora, en seguida te brotará la carne sana; te abrirá camino la justicia, destrás irá la gloria del Señor."

A la puerta de dos días estaremos celebrando el miércoles de ceniza y la cuaresma. Estaremos celebrando la conversión, todavía de manera muy numerosa y oficial, en muchos paises del llamado "primer mundo". Creo que el artículo que sigue a continuación denuncia  un pecado estructural, social y político, entre nosotros. Y puede orientarnos para que no nos quedemos impasibles ante él. Nos ayudará a comprender, ese es mi deseo, la verdad o falsedad de estos días que se avecinan. Palabras, gestos, posturas, cambios, lucha, denuncia... de voces "cristianas": Obispos, hermandades de penitencia, cristianos de base, militantes, catequistas, catquesis,  ... para todos nosotros es. La actividad religiosa que Dios quiere nos la dice por medio de Isaías.
Con el deseo que esta Cuaesma sea experiencia de conversión para muchos

José Luis Molina

La valla I

Publicado: 16 febrero, 2015 en DENUNCIA / ANUNCIO
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valla de melillaLA VALLA ICARMEN NOTARIO, espiritualidadcym@gmail.com
MADRID.
ECLESALIA, 16/02/15.- Hace unos días oí una noticia escalofriante: se van a cerrar los campamentos cercanos a la valla entre Marruecos y España por peligro…. Parece que el peligro son los emigrantes que no traen más que enfermedades, necesidad, violencia y muerte.
Me tocó porque hace solo unos días escuché al vivo el testimonio de cinco hombres africanos, jóvenes, llenos de vida, de su lucha por vivir, por trabajar dignamente y por ayudar a los miembros de su familia en Camerún y Guinea.
Nos narraron las penurias del largo viaje desde su país hasta nuestras fronteras, la dureza del desierto, el desespero de seguir hacia el norte porque en los países vecinos a los suyos no encontraban trabajo, apenas algo para poder sobrevivir.
Alguno jamás había oído hablar de España, no sabía dónde estaba, no era su meta llegar aquí sino encontrar un lugar donde vivir en paz y ayudar a los suyos. Al llegar a Marruecos se encontraron con los miles de compañeras y compañeros que intentan saltar la valla cada día. Una experiencia cuando menos traumática para los supervivientes de una experiencia de miedo, de alto riesgo, de violencia y de muerte.
Estos cinco consiguieron salvar el obstáculo mayor pero no el único. Están en nuestro país pero su deseo de trabajar y enviar dinero a casa está por realizarse; por ahora aprenden nuestro idioma, nuestras costumbres. Nos agradecen el tener donde estar, donde vivir pero sufren porque la situación de necesidad se hace cada vez más acuciante en sus lugares de origen.
De entre el público que les escuchaba salió la voz del tópico, de la ignorancia atrevida que pregunta: ¿quién les engañó diciéndoles que aquí encontrarían trabajo; no saben que estamos en crisis? Varias personas conscientes de la realidad se abalanzaron: pero si ellos no buscaban venir aquí, si son las estructuras sociales y políticas de nuestros países las que provocan que aquellos que tienen menos recursos sean los más perjudicados y no les quede más remedio que arriesgar sus vidas para intentar sobrevivir.
La cuestión no es si cerrar o no los campamentos cercanos a la valla sino primero de todo ¿por qué construimos vallas, por qué no cuestionamos a los gobiernos que no se preocupan de su gente y “arremetemos” contra los pobres que hacen lo imposible por salvar sus vidas?
Otra noticia: unas trescientas personas han perdido probablemente la vida intentando llegar a las costas de Italia. Aquellos a quienes habían pagado para poder salir en lanchas hinchables les obligaron a hacerse a la mar a pesar del mal tiempo y de las pocas posibilidades de llegar a tierra.
El evangelio de Marcos que estamos leyendo estas semanas en las misas de diario nos indican cómo Jesús intentó con sus gestos y sus palabras abrir fronteras: en la religión, en los diferentes estamentos sociales, entre pueblos. Una apertura que con el tiempo le costaría la vida porque ni entonces ni ahora estamos dispuestos a que nadie nos rompa nuestras estructuras, nos cuestione nuestras tradiciones, nos cambie la imagen de Dios.
A Jesús no le interesó pactar ni con los romanos, ni con los fariseos, tampoco con los zelotas ni con los publicanos. Era demasiado libre como para formar parte de un “programa” con intereses creados. La verdad era para todos lo que quisieran escucharle y vivir el mismo tipo de libertad sin seguridades falsas de ningún tipo.
Por eso el evangelio hay que leerlo en un contexto, hay que buscar comentarios de personas entendidas en Biblia que nos den una visión de conjunto y que nos ayuden a interpretar. Si vamos demasiado por nuestra cuenta tenemos el peligro de no entender nada, lo mismo que nos puede pasar cuando oímos las noticias sobre nuestros hermanos de otros países que intentan llegar a Europa o a otros lugares de “primer mundo”. No es la ambición o el “querer ser y vivir como nosotros” lo que les mueve en general, sino una necesidad existencial de supervivencia y la necesidad inaplazable de paliar el dolor de sus familias que han dejado atrás.
Si opinamos lo mismo que la mayoría de la gente de nuestro alrededor ¿qué es lo que nos distingue como cristianos, seguidores de Jesús? ¿Rompemos fronteras como Él o nos acomodamos al sentir de quien no considera a los demás seres humanos como hermanos y hermanas? ¿Nos duele el bolsillo y la vida por compartir lo que tenemos y somos?
No basta una sonrisa, una palabra de afecto, es muy poco teniendo un maestro tan radical como el nuestro. El evangelio nos llama a ser buena noticia y para eso hay que usar mucho la cabeza y el corazón.
Claro que no vamos a solucionar los problemas que los gobiernos de muchos países no quieren ni mirar de frente. Jesús tampoco lo hizo, pero cuando alguien se quería justificar delante de Él le plantaba la verdad. No te excuses con argumentos de poco peso. Llama a las cosas por su nombre y no pases a todo el mundo por el mismo rasero. Si hay algo de lo que nos tenemos que ocupar y preocupar los cristianos es que nuestros hermanos y hermanas no sean tratados con la dignidad que se merecen. El sabernos hijas e hijos de Dios nos compromete la vida: hasta dónde sólo depende de nuestro amor y sensibilidad. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

miércoles, 11 de febrero de 2015

EL DERECHO A EMIGRAR









YOLANDA CHÁVEZ, yolachavez66@gmail.com
LOS ÁNGELES (USA).
ECLESALIA, 27/10/14.- Una de las tareas escolares más recientes de mi hijo de once años en su clase de estudios sociales, consistió en hacer un mapa para explicar las primeras migraciones del ser humano. Dibujó caminos con líneas de flechas rojas para señalar los recorridos que aquellos migrantes hicieron sobre los continentes de nuestro planeta…
“Ellos migraron porque se agotaron sus suministros de alimentos debido al súbito cambio de clima. Comenzó a hacer mucho frío; no podían cazar o recoger bayas. Si se quedaban en África, morían”.
La primera migración fue provocada por el hambre, el instinto natural por sobrevivir hacía que aquellos seres humanos de hace ya más de 50.000 años, salieran de los territorios tan conocidos por ellos para aventurarse a otros totalmente desconocidos. La posibilidad de encontrar alimentos les daba el coraje y el derecho de hacerlo.
Es la misma razón por la que tuve que dejar mi país. En el hogar se habían agotado los suministros de alimentos para mis hermanos y yo desde el asesinato de mi padre. Hay una enfermedad provocada por vivir tanto tiempo entre la injusticia de una sociedad con rostro de impunidad, de persecución, de asesinato. Donde los salarios no son proporcionales a las jornadas de trabajo, donde se corta la cabeza que se levanta; Se llama desesperanza. Mi madre la contrajo, enfermó gravemente, perdió el ánimo, la fe y la fuerza para seguir adelante, ella ya no tenía ganas de vivir.
La modesta beca por prestar mis servicios como maestra en comunidades de difícil acceso no daba para sostener mis estudios y una familia. Sin embargo sobrevivimos hasta que pude finalizar una carrera profesional.
En ese tiempo de servicio aprendí a sentir a Dios muy de cerca. Ocurrió en una humilde aula para alfabetización de adultos en la que me reunía cada tarde con los campesinos que deseaban aprender a leer y escribir después de sus jornadas de trabajo y mis clases con los niños; lo sentí en el nombre escrito por primera vez con el puño y letra de su dueña o dueño y en el gozo de afirmar la propia identidad: “Yo soy Fermín” “yo soy Teresa” “yo soy Felipe”… en el modo en que celebrábamos semejante acontecimiento en el grupo, (cuando una persona lograba escribir por primera vez su nombre, levantaba con ambas manos la hoja donde lo había escrito y todos los presentes aplaudíamos y corríamos a abrazarle) pese a las condiciones de pobreza extrema que como yo, aquellas comunidades se encontraban, vivían con una esperanza que rebasaba mi sentido común.
En aquella humilde aula, los campesinos aprendieron a leer y escribir y yo aprendí a hablar con Dios. Mis oraciones consistían en pedir una señal que me indicara que más debía hacer para poder llevar comida a mis hermanos porque en mi país tener una profesión no significa nada. Una serie de puertas que no se abrían me señalaron el camino al norte, emprendí sin remedio el camino a pie dejando atrás mi tierra; la tierra donde conocí a Dios pero también la tierra donde habían asesinado a mi padre y todas mis posibilidades.
¿De dónde viene la fuerza que nos mueve como tomándonos por los brazos, a caminar más allá de nuestras propias tierras?
¿De dónde viene la esperanza que nos llena el corazón para atrevernos a cruzar valles de muerte?
¿De dónde vino aquella madrugada el dolor que me desencajó el rostro y me agotó las lágrimas al ver morir mi propia carne y mi propia sangre, en la muerte del extraño que no logró alcanzar la frontera como yo?
¡Estoy segura que de Dios! Cuando se cruzan fronteras Dios las cruza con nosotros; nos habilita para hacerlo, está en la forma de los pies, en la estructura de las manos, en las ganas de vivir. Nos da la fuerza para desear el futuro y el derecho fundamental de pelear por la vida.
Está también en el desconocido territorio donde se enfrenta la más dolorosa falta de solidaridad cuando se menoscaba la dignidad del ser humano, cuando se etiquetan a los grupos y se les excluyen de derechos como a los “Once millones”. Un grupo tratado como objeto, como masa con la que los gobiernos de los territorios que los expulsa y al que se llega, no saben qué hacer.
No es una masa, son personas con una historia de vida, con genuina fe en el futuro. Personas de rostros invisibles para los poderosos a quienes Dios cuestiona su presencia: “¿Dónde está tu hermano?” (Gn 4,9)¿Cuál es el mejor momento para responderle? ¿Cerca de las elecciones o después de ellas?…
Hoy sigo hablando con Dios en un aula, ahora como Maestra de Catequistas. En estas aulas hay personas que forman parte de familias que han sido separadas por las redadas de inmigración, han vivido las deportaciones de familiares arrestados en sus lugares de trabajo, o los han perdido en centros de detención.
También en esas aulas se vive el gozo de afirmar la propia identidad con cuestionamientos tan fundamentales como:¿Quién soy yo? La felicidad de descubrirse a sí misma, a sí mismo, ya no rebasa mi sentido común, ahora lo entiendo.
Sucede un gran momento; En nuestras circunstancias sentimos el abrazo tierno de nuestra antigua madre; Nantzin, Tonantzin-Guadalupe; Mamita, Madrecita Nuestra… ese abrazo nos reúne como hijas e hijos. Nos alza contra su mejilla, nos despierta de un letargo añejado con miedos y dudas para iluminar nuestra existencia con una gran certeza: Somos los hijos benditos, sus más pequeños. Ella es la realidad sobre la que se ha apoyado toda nuestra vida. Nuestra Madre nos hace familia. Unión que es libertad, esperanza, experiencia profunda; nos encontramos de frente con el rostro maternal y tierno de Dios que cuida, protege y consuela a lo más débil, a lo más indefenso. “¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas?” (Is. 49; 15). Las personas inmigrantes reflejamos al hijo entrañable. Esta certeza nos infunde dignidad, fuerza para enfrentar las adversidades y caminar hacia el futuro. Por instinto natural comenzamos a buscar el amor, el cuidado, la justicia y la paz, características propias de Dios y desde nuestras condiciones su presencia se hace manifiesta. Sus entrañas de ternura nos impulsan, nos mueve a ser hijos e hijas solidarias trabajando para relacionarnos con todos nuestros hermanos y hermanas de maneras justas, dignas, compasivas…
Nace la necesidad de rechazar lo incompatible a una familia humana, a cuestionar aquellos medios de comunicación que explotan el dolor de hogares desmembrados por las deportaciones, a comentarios de presentadores de noticias como: “Los inmigrantes marcharon por las calles exigiendo se respeten sus derechos…un momento, no tienen derechos, ¿Cuáles derechos?”
Los derechos están en la persona, el ser persona ya nos da derecho.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos (Art.2) confirma que estos Derechos se aplican a todas las personas“sin distinción de ningún tipo, tales como raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política u otra, origen social o nacional, propiedad, nacimiento u otro status”.
Sé que como a los “Once millones”, Dios señaló un camino a aquellos seres humanos de las primeras migraciones hace más de 50.000 años para que no murieran. Los humanos seguimos migrando porque está en nuestra información genética. Se lucha por la vida hasta el último aliento.
Pido a nuestra Señora que me ayude a descubrir los recursos, las palabras y las plataformas para llamar a las conciencias de mis hermanas y hermanos que han dibujado, con sus pasos, líneas de flechas rojas sobre los continentes, para que no se acostumbren al maltrato.
Maltratar o ser maltratadas, maltratados, no está bien. Que se entienda de una vez por todas:
No es moral que en los mares, en los cerros y desiertos de nuestra casa común aparezcan cadáveres de mujeres, hombres y niños inmigrantes cada día y nadie haga nada.
La migración es un derecho. Los que persiguen, acorralan, o provocan la muerte de inmigrantes, lo están haciendo con Dios.
Dios mismo representa la causa de las personas extranjeras:
“No maltrates ni oprimas a los extranjeros, pues también tú y tu pueblo fueron extranjeros en Egipto” (Éxodo 23:9). (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).


miércoles, 4 de febrero de 2015

PARA VER SI NO VEMOS, PARA QUE SEPAMOS SI NO SABEMOS

Si usted es hombre, lea esto antes de contratar los servicios de una prostituta


De  – dom, 1 feb 2015



Con el tiempo esta mujer ha aprendido a disimular el asco, a que no se le noten las arcadas. Con el tiempo ha aprendido a no llorar, a tragarse las lágrimas y el vómito y la rabia y el miedo. Con el tiempo ha aprendido a gemir y moverse como quieren los clientes. A fingir orgasmos. A hacerles sentir unas fieras sexuales. Porque si no, ya no volverán más. Porque si no, se quejarán. Y entonces el jefe le pegará otra paliza. Y el jefe de su jefe. O quizá aún peor. Peor aún que veinte o treinta clientes al día. Peor aún que lo que le hicieron la última vez que alguien protestó o la última que no ganó suficiente dinero.
Sin embargo, esta otra mujer no sabe lo que es el dinero, ni el tiempo, porque las agujas de su reloj se cuentan en pastillas de ketamina –barra libre de un potente anestésico veterinario para no protestar, para no sentir, para aguantar a un cerdo tras otro-, y nunca sale de ese cuarto escondido en un piso de Madrid. No sabemos su nombre, pero sí que es muy joven y que la trajeron hace poco de China. Engañada, como todas. Entre hombre y hombre, entre pastilla y pastilla, ella espera, dolorida y aturdida, al próximo cliente. ¿Cuántos van ya? Sólo sabe que no puede quejarse. Dieciocho horas al día. Siete días a la semana. Sin descanso. Porque ya ni siquiera tiene la regla. Acaba de darse cuenta. Ya ni siquiera tiene la regla. ¿Cuánto hace de la última vez? ¿Le estarán dando algo? Pero ya no se lo puede preguntar otra vez, porque por la puerta entra el siguiente cliente.


El siguiente cliente que puede ser el hombre que tiene usted sentado frente a usted en el autobús. O su compañero de trabajo. O su hermano. O su padre. O su esposo. Imposible saber cuántos, aunque algunos estudios calculan que uno de cada cuatro españoles ha contratado alguna vez los servicios de una prostituta. Mujeres que, casi con toda seguridad, son esclavas sexuales, aquí, a su lado, en cualquier ciudad y pueblo de cada país del mundo. Son esclavas sexuales, el segundo negocio ilegal más rentable del mundo (mueve 32.000 millones de euros al año), por encima incluso de las drogas, y sólo superado por el tráfico de armas. Son esclavas del siglo XXI, controladas completamente por otras personas, que usan la violencia para mantener ese control y explotarlas económicamente.
¿Cuántas prostitutas son libres y cuántas no? Imposible también dar una cifra, aunque algunos estudios aseguran que sólo una de cada diez ejerce la prostitución en libertad (aunque en la pobreza nunca hay libertad). El resto están en manos de mafias de tráfico de personas, atrapadas en redes poderosísimas que entroncan con los grupos mafiosos más peligrosos del mundo. Un negocio redondo en el que no cuesta nada fabricar la materia prima, esas dos millones de mujeres y niñas que, según la ONU, viven como esclavas sexuales.
“Esclavas del sexo. Trabajadoras sin sueldo. Drogadas para rendir más. Importadas para su placer por una red de traficantes de personas. 24 horas. Piso discreto”. “Secuestradas a los dieciséis años. Separadas de sus familias. Meses sin salir del prostíbulo. Garantizada discreción”.
Si usted es hombre, piense por favor en todo esto antes de contratar otro servicio.

martes, 3 de febrero de 2015

PINCELADAS ANTE UNA ALEGRÍA


Iglesia salvadoreña, con Romero

"Es una victoria de la fe"

La Iglesia salvadoreña expresa su alegría por la beatificación de Romero

 

 

La iglesia católica de El Salvador expresó hoy su alegría por la anunciada beatificación del arzobispo Oscar Arnulfo Romero y señaló que esa decisión del papa Francisco supone el triunfo de la verdad acerca del prelado asesinado en 1980.
El papa Francisco aprobó hoy el decreto que reconoce el "martirio" de Romero en "odium fidei", es decir, que fue asesinado por "odio a la fe", por lo que podrá ser beatificado sin la necesidad de un milagro.

El vicario de la iglesia católica salvadoreña, monseñor Rafael Urrutia, declaró a los periodistas que "la beatificación de monseñor Romero es una victoria de la fe, una victoria de la palabra predicada" por el arzobispo mártir.
La de Romero es "una palabra que nos invita hoy a la conversión, a la reconciliación", aseveró Urrutia.
El presidente de la Fundación Romero, monseñor Ricardo Urioste, dijo por su parte a los periodistas que con la beatificación de Romero "la verdad se ha impuesto, como siempre llega a triunfar".
"Acuérdense cómo monseñor Romero fue acusado de ser subversivo, de ser marxista, de ser guerrillero, y por fin se va haciendo verdad que no era absolutamente nada de eso, sino un hombre de Dios, un hombre de iglesia y un hombre servidor del pueblo pobre, sobre todo", indicó Urioste, para quien el papa lo ha ratificado.