viernes, 25 de octubre de 2019

DESAFIO GLOBAL


tierra-desde-luna
Sin un cambio de paradigma la nave Tierra-Humanidad se va a pique
BENJAMÍN FORCANO, teólogo, bforcanoc@gmail.com
MADRID.
ECLESALIA, 21/10/19.- “Habría que cambiar el orden asesino del mundo. Una banda internacional de especuladores, sin alma ni corazón, han creado un mundo de desigualdad, de miseria y de horror. Es urgente poner fin a su reinado criminal” (Jean Zieger).
Aunque tarde, parece que hemos llegado al momento de tomar conciencia de la necesidad de una ética planetaria. Lo está reclamando la crisis estructural y terminal que estamos atravesando. Estructural porque afecta a la totalidad y terminal porque el sistema no dispone ya de mecanismos internos para restañar sus contradicciones y superarlas.
La gravedad de la crisis se hace patente en una doble vertiente.
Socialmente, el proceso productivo está guiado por una lógica de apropiación de los bienes, que se caracteriza por el uso de una biotecnología para producir sin límites, el beneficio para pequeñas élites de países o clases sociales, el desfase entre el capital productivo (unos 35 trillones de dólares) y el capital especulativo (alrededor de 100 trillones), la acumulación de las riquezas por un lado y de la pobreza por otro, olvido de los desposeídos.
Ecológicamente, el sistema camina imparable hacia un consumo ilimitado. Poseído por una voracidad irracional, somete a una degradación constante a la naturaleza, la explota y rompe su equilibrio dinámico. Es justa, por tanto, la alarma de que esta situación no puede continuar si queremos sobrevivir. El neoliberalismo ha impuesto a la economía el rumbo de un crecimiento ilimitado, más información y más robotización, siempre con la mirada fija en el dominio total y en el lucro.
La situación es tal que se requiere un cambio de paradigma. O introducimos un cambio en nuestra mente, o la nave Tierra-Humanidad va a pique.
La dificultad está en que nosotros, eurocéntricos y modernos, arrastramos una mentalidad dualista, cartesiana-newtoniana, que contrapone el hombre a la tierra, haciendo de él un ser extraño y hostil que está sobre la tierra y contra ella, mirándola como un conjunto de recursos y materias primas que puede explotar indefinidamente.
En este sentido, se han venido abajo dos ilusiones: la de creer que La Tierra es inagotable y la de que nuestro progreso hacia el futuro es ilimitado. Llevamos así, cuatrocientos años y el modelo ha quebrado.
El saber ecológico quiere hacernos comprender que entre todos los seres hay una acción e interacción mutua, de modo que todos constituyen una comunidad cósmica, como un gran sistema homeostático.
La singularidad de la ciencia ecológica reside en la transversalidad, es decir, en afirmar que un conocimiento adecuado del universo no es posible sin relacionar todas nuestras experiencias y formas de saber, dando lugar a una captación holística de la realidad. Con razón, el econocido ecólogo brasileño Lutzeberger definía la ecología como “la ciencia de la sinfonía de la vida, la ciencia de la supervivencia”.
Ocurre, pues, que el objetivo perseguido se ha vuelto contra nosotros: de dominadores hemos pasado a ser dominados. La calidad de vida se ha degradado, dos tercios de la humanidad sufren subdesarrollo y pobreza, va a más la desintegración del equilibrio ambiental, aumenta el ejército de los trabajadores excluidos.
La ciencia y la técnica pueden liberar al hombre de muchas de sus necesidades, pero el hombre tiene hambre no solo de pan, y eso no queda garantizado con los meros recursos de la tecnología. El destino común exige, por tanto, un cambio de rumbo.
Tal cambio lo apunta la comprensión del nuevo papel del hombre en la evolución del cosmos: “La biología molecular aportó una contribución fantástica demostrando la universalidad del código genético: todos los seres vivos, desde la ameba más primitiva, pasando por los dinosaurios, por los primates y llegando hasta el homo sapiens/demens de hoy, emplean el mismo lenguaje genético, formulado fundamentalmente por cuatro letras básicas: la A (adenina), la C (citosina), la G (guanina), y la T (timina) para producirse y reproducirse” (L. Boff, Ecología de la tierra, grito de los pobres, Madrid, Trotta, 1996, p.24).
Todo esto nos lleva a aprender una nueva forma de comunicación con la totalidad de los seres y sus relaciones. Está emergiendo una nueva sensibilidad para con el planeta en cuanto totalidad.
Son muchas las culturas que han hablado, muchos los caminos que se han abierto y todos necesitamos ayudarnos para mejorar los desafíos de los más variados sistemas.
Sencillamente estamos descubriendo que por delante, por encima y por abajo de todos los hallazgos y laberintos se halla nuestra casa perdida, nuestro hogar común olvidado: La Tierra, la Comunidad humana y Cósmica.
Ya no admitimos que La Tierra sea una simple reserva físico-química de materias primas. Es un organismo extremadamente complejo y dinámico. Es la gran Madre que nos nutre y transporta. Desde esta nueva percepción , entendemos que la ciencia y la técnica ya no pueden estar contra la naturaleza sino con ella y a favor de ella. La Tierra y la Humanidad aparecen como una única entidad, un único ser complejo: no somos extranjeros en La Tierra, sino hijos de ella, somos La Tierra misma en su expresión de conciencia, de libertad y de amor (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).