martes, 26 de marzo de 2019

DÁNDONOS A CONOCER



Presentación del proyecto inti







Con motivo del aniversario del martirio de OSCAR ROMERO
¿DÓNDE? En la parroquia de “JESÚS DE NAZARET” (El Puerto de Santa María).
¿CUÁNDO? El día 25 de Marzo, a las 19 horas.


domingo, 24 de marzo de 2019

24 de MARZO





Óscar Romero, obispo profeta y mártir, se entrañó con su pueblo. Cuando digo “pueblo”, digo la multitud, la mayoría condenada a la miseria por el poder y el lucro de unos pocos. Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de su pueblo fueron sus gozos y esperanzas, sus tristezas y angustias. La cruz de su pueblo fue su cruz. La pascua de su pueblo, la suya. Es un modelo, afable y firme, de la mística del pueblo, de la espiritualidad de las Bienaventuranzas. Pero no siempre lo fue. Tuvo que convertirse al Espíritu de Jesús, el Espíritu de Medellín y de las comunidades eclesiales de base.
Era hijo del pueblo humilde, sometido a las fuerzas armadas y/o a la oligarquía terrateniente –14 familias dueñas de casi todas las tierras y riquezas– respaldadas siempre por el capital y las armas de los Estados Unidos del Norte. Hijo de un pueblo hambriento de pan y libertad, que se debatía entre la desesperación resignada y la violencia armada, igualmente desesperada, contra la violencia primera, la violencia institucionalizada del poder y del dinero, la más asesina. Era, también hay que decirlo, hijo sumiso de una institución eclesiástica alienada, alienante, dedicada a sus rezos y mandamientos, aliada de los grandes, olvidada de las Bienaventuranzas revolucionarias del profeta galileo.
Fue un sacerdote, un párroco, un obispo bueno: austero, caritativo y piadoso. Ayudaba a los pobres y los acompañaba cuanto podía. Pero aún ignoraba las causas del hambre y del conflicto armado que asolaban el país. “A los pobres les aliviaba sus problemas y a los ricos su conciencia” (José Manuel Mira). Dios había hecho pobres a los pobres para ganar el cielo con su pobreza, y ricos a los ricos para ganar el mismo cielo con sus limosnas. Cada uno en su sitio. Eso era la paz.
Es lo que le habían enseñado, y es lo que él enseñó y practicó durante años, a pesar de la “opción preferencial por los pobres” proclamada por los obispos latinoamericanos en Medellín en 1968, a pesar de las numerosas comunidades eclesiales de base y de los muchos sacerdotes, de los jesuitas Rutilio Grande, Ignacio Ellacuría, Jon Sobrino y de tantos otros religiosos en los que había prendido el fuego de Jesús, el Espíritu y la teología de la liberación.
Los hechos y la vida, sin embargo, le fueron enseñando otra cosa, y él se dejó enseñar. Se fue convirtiendo a la verdad de la realidad, a los dolores y sueños del pueblo. El 12 de marzo de 1977 los escuadrones de la muerte mataron a su amigo jesuita Rutilio Grande junto con dos laicos: Manuel, de 72 años, y Nelson Rutilio, de 16. En cuanto lo supo, Monseñor Romero, ya arzobispo de San Salvador, acudió al templo donde descansaban los tres cuerpos acribillados. Permaneció un largo rato contemplando, ésta es la palabra, en el cadáver de Rutilio a Dios o la Realidad en el pueblo crucificado. Se le cayeron las vendas, se le abrieron los ojos del todo y todo lo vio de otra forma, como Ignacio de Loyola junto al río Cardener en Manresa: Todas las cosas le parecieron nuevas. Como Jesús junto al lago Genesaret de Galilea: Al desembarcar, vio un gran gentío, sintió compasión de ellos, pues eran como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas (Marcos 6,34), cosas de vida o muerte. Dadles vosotros de comer, dijo Jesús a sus discípulos, que a gusto se hubieran quedado en la barca con Jesús. Pero Jesús no se quedó.
En el cuerpo de Rutilio veía Monseñor Romero la injusticia flagrante, del fondo de sus heridas le llegaba el grito de los pobres. Tocaba tierra en la otra orilla. Por fin, rompiendo su largo silencio, solo dijo: Si lo mataron por hacer lo que hacía, me toca a mí andar por su mismo camino. Todo se revelaba.
Desembarcó. Optó. Vio, juzgó y actuó. Denunció sin cesar los abusos del poder. Condenó la violencia de los pobres, la guerrilla de los desesperados, pero sobre todo la guerra de los poderosos y la causa principal de toda violencia: la injusticia, la desigualdad, el hambre. Por comprensible que fuera la opción armada frente a las armas del poder, ¿era la opción más humana? Nuestra especie lleva trescientos mil años, desde su origen, empeñada en vano en lograr la justicia y la paz a través del poder violento en sus infinitas formas: individuos contra individuos, tribus contra tribus, pueblos contra pueblos, imperios contra imperios. Empresas contra empresas, iglesias contra iglesias, religiones contra religiones, el hombre contra la mujer, todos contra todos. La ley del más fuerte. Pero ¿la fuerza violenta es acaso la más poderosa? ¿La violencia del corazón y de las armas puede ser camino de esperanza?
San Romero anunció una esperanza rebelde y no violenta. Lo dijo Jesús: Bienaventurados los pobres porque dejaréis de serlo. Bienaventurados los pacíficos, porque poseeréis la tierra. Una esperanza pacífica y activa, fundada en la confianza en Dios o en la Bondad Creadora, en el pueblo, en el ser humano, en sí mismo. Una confianza capaz de trasladar montañas. Una esperanza valiente y arriesgada. La esperanza de Jesús, la esperanza de los profetas, la esperanza más profunda del pueblo salvadoreño.
El profeta Romero tuvo que pagar, eso sí, el precio de la esperanza profética, como Gandhi y Luther King, como Rutilio Manuel y Nelson, como luego Ignacio Ellacuría junto con otros cinco jesuitas, y Elba y Celina con ellos. Al igual que Jesús, él también lo presentía, pero no lo temía, estaba dispuesto a todo. El 24 de marzo de 1980 fue asesinado por un francotirador a las órdenes de un alto militar, mientras celebraba la eucaristía en un hospital. Dos semanas antes había declarado: Si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño. Se lo digo sin ninguna jactancia, con la más grande humildad. Y de antemano perdonó a su asesino. Con el último aliento resucitó del todo.
Nosotros todavía no. Nuestro pobre mundo y nuestra pobre Iglesia y todas las religiones viven una gran crisis espiritual: crisis de respiro, de comunión planetaria de todos los pueblos, de fraternidad-sororidad de todos los vivientes. Necesitamos testigos como Óscar Romero. Testigos creyentes o laicos del Aliento Vital, del Espíritu subversivo y consolador. San Romero de América, camina con nosotros.

José Arregi

miércoles, 13 de marzo de 2019

II DOMINGO DE CUARESMA 2019



Leyendo los textos litúrgicos de este domingo, me quedé como traspuesto. Y fui testigo de cómo Dios le decía a Abraham:

Mi meta es una humanidad con las noches llenas de estrellas y los campos llenos de margaritas.

Luego me encontraba en el monte. No sé si yo era Pedro o lo eras tú, o tú eras Petra, o vete a saber.
Pero en el monte nos decía:

Vamos, vamos hacia abajo, hacia la humanidad, hacia la periferia de la humanidad. Hay muchas margaritas por abrir.

Yo, despierto ya, me parece que no me equivoco mucho en este duerme vela al arrullo de la Palabra de Dios.

                                 José Luis Molina
                                                   13 marzo 2019

viernes, 8 de marzo de 2019

TAMBIÉN SON NECESARIAS VOCES CONTRA LA DESIGUALDAD ECLESIAL DESDE UN PLANTEAMIENTO REIVINDICATIVO

8M, desafío y compromiso

por Blogger
poster4.jpg8M, DESAFÍO Y COMPROMISOCARMEN SOTO VARELA, Sierva de San José, comunicacion@siervasdesanjose.org
SALAMANCA.
ECLESALIA, 08/03/19.- Después de haber ido arrinconado y casi denostado, el feminismo vuelve a ser protagonista de nuestras conversaciones, en la calle y en los medios de comunicación. Los continuos casos de violencia de género, la brecha salarial, el techo de cristal son cuestiones que han adquirido un protagonismo renovado y las mujeres como colectivo nos sentimos hoy con más fuerza para alzar nuestra voz ante las desigualdades, los estereotipos y la violencia que seguimos sufriendo en todos los lugares del mundo.
El 8M ha llegado y los diferentes grupos de mujeres reflexionamos, programamos, soñamos acciones que visibilicen una vez más nuestros anhelos, nuestras luchas, nuestras propuestas. Las iniciativas son variadas porque las mujeres también lo somos. Hay muchas cosas que nos unen, pero también otras en las que pensamos diferente. Por eso no hay una sola forma de ser feminista sino muchas.
En esta red de sororidad participamos también muchas mujeres que somos monjas o religiosas y lo hacemos porque somos mujeres, pero también porque nuestro compromiso con la causa de Jesús de Nazaret y nuestra fe en un Dios liberador que nos impulsa a llevar liberación y transformación allí donde existe injusticia, violencia o negación de la dignidad de cualquier ser humano. Sin embargo, somos un colectivo bastante invisible en los medios de comunicación y también en muchos espacios sociales y con frecuencia la mirada que la sociedad tiene hacia nosotras está cargada de estereotipos que apenas responden a lo que somos ni a lo que estamos haciendo.
Yo pertenezco a un grupo dentro de ese colectivo, la congregación de las Siervas de san José, nacida en el siglo XIX, quizá por eso el nombre para más de uno y una suena algo antiguo, pero lo importante es que desde sus inicios se comprometió con la promoción y dignificación de las mujeres trabajadoras pobres en el contexto de la naciente revolución industrial. Nuestro proyecto nació también de la mano de una mujer pionera y profundamente creyente, Bonifacia Rodríguez. Ella impulsó el comienzo y hoy seguimos empeñadas en esa misma causa buscando junto a las mujeres trabajadoras pobres respuestas que cambien su vida; por eso para nosotras el 8M es importante.
Como mujeres celebrar el 8 de marzo es un desafío porque, como muchas otras mujeres, experimentamos los muros invisibles que la cultura patriarcal ha levantado a lo largo de los siglos y que siguen impidiendo la igualdad y el desarrollo de todas las potencialidades de las mujeres en los diferentes ámbitos sociales, políticos, económicos y religiosos.
Como monjas, nos compromete a denunciar las desigualdades, la violencia, los abusos que afectan especialmente a las mujeres más pobres porque ellas llevan el doble peso de ser mujeres y pobres. Ellas siguen padeciendo la mayor precariedad laboral, porque ellas son las que han de asumir los cuidados, las dobles jornadas para sacar adelante la familia muchas veces rota, impotentes ante la injusticia y el desamparo.
En el 8M las monjas queremos alzar nuestra voz porque como ciudadanas reclamamos equidad y dignidad para todas las mujeres, porque queremos poder vivir sin miedo a padecer cualquier tipo de violencia y porque en nuestra sociedad la pobreza sigue teniendo nombre femenino. Pero también porque somos mujeres creyentes y vivimos nuestra vocación dentro de la gran familia que es la Iglesia, y deseamos que deje de ser una institución patriarcal y a veces machista y podamos sentirnos hermanas de nuestros hermanos en la fe, ofreciendo en igualdad nuestra palabra y nuestros dones.
El 8M es sin duda un símbolo, pero es también una oportunidad para tejer sororidad y visibilizar que las mujeres queremos cambiar el mundo (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

jueves, 7 de marzo de 2019

MIRAR UN POCO HACIA DENTRO


sencillezSENCILLEZMIGUEL ÁNGEL MESA, miguelmesabouzas@gmail.com
MADRID.
ECLESALIA, 08/02/19.- La sencillez es, quizá, una de las mayores necesidades que tenemos que recuperar los hombres y mujeres de nuestros días, para poder tener una vida más enriquecedora, plena y feliz. Estos serían, a mi modo de entender, algunos de los rasgos de una persona que aspira a vivir con sencillez:
Una persona sencilla sabe escuchar con atención, ofrece sus dones y habilidades con generosidad y se siente agradecido por todo lo que le ofrece en cada momento la vida.
Una persona sencilla no se cree nunca en posesión absoluta de la verdad, atiende a las razones del otro y aprovecha todo lo positivo que se le ofrece.
Una persona sencilla desprende ternura, sensibilidad y cercanía por los cuatro costados.
Una persona sencilla se deja interpelar por la realidad y, ante cualquier situación injusta levanta su voz y sale a manifestarse a la calle, junto a otros hombres y mujeres, sin importarle sus creencias o sus ideas.
Una persona sencilla guarda y protege como oro en paño ese tallo frágil y flexible de la esperanza que, a pesar de los vientos contrarios, siempre vuelve a su ser y permanece en pie.
Una persona sencilla no es codiciosa, ni se afana por tener más dinero o más posesiones: vive contenta con lo que tiene e intenta no angustiarse por nada.
Una persona sencilla se siente libre ante todo y ante todos, sin hipotecar su forma de vida por nada que le impida sentir y respirar en libertad.
Una persona sencilla no cree que ya lo ha conseguido, sino que siempre le sobran cosas; o que lo sabe ya todo, sino que se mantiene en búsqueda permanente.
Una persona sencilla anda siempre deseando el encuentro, pretendiendo la armonía, buscando sin cesar el diálogo y el entendimiento, la paz basada en la justicia.
Una persona sencilla sabe disfrutar con los amigos y amigas de una buena comida en común, de una conversación íntima, de un viaje compartido...
Una persona sencilla goza y es feliz con los pequeños detalles y regalos que le ofrece el día a día, con las personas a las que quiere y que le quieren, con la naturaleza que le rodea.
Una persona sencilla se muestra acogedora y ofrece su solidaridad con los marginados y excluidos, sin importarle lo que digan de ella, porque sabe que solo así será posible otro mundo más humano y fraterno, justo y en paz.
Una persona sencilla camina sonriente, feliz, humilde y confiadamente, junto a los demás, es decir, sobre la palma de la mano del Misterio diáfano de la Vida (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

sábado, 2 de marzo de 2019

ES IMPRESCINDIBLE SABER ENTENDER LAS ESRITURAS

Hasta quedarse sin nada

por Blogger
descarga-2HASTA QUEDARSE SIN NADA
BERNARDO BALDEÓN, bbaldeon@gmail.com
MADRID.
ECLESALIA, 22/02/19.- Con frecuencia se ha predicado que la norma del cristiano respecto a los bienes terrenales es compartir. Partir el pan con el pobre, con el hambriento, con el necesitado. Compartir y no acaparar, de modo que, como en el reparto de panes que hizo Jesús (Lucas 9,10-17), haya para todos y sobre.
Sin embargo, este mensaje del "compartir" era más propio de la escuela de Juan Bautista, que propugnaba una sociedad más justa, una justicia más distributiva: «El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene, y el que tenga de comer, que haga lo mismo» (Lucas 3,11).
La utopía de Jesús está expresada en un texto del sermón de la llanura de Lucas, que no siempre ha sido bien entendido: «Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, rezad por los que os injurian» (Lucas 6,27-28).
Atrás queda la ley del "talión": «ojo por ojo y diente por diente», que hizo progresar el derecho penal de la época, pues evitaba que la gente se extralimitase con la venganza; la medida de la venganza debía ser la medida de la ofensa. Atrás queda la fórmula del Antiguo Testamento de «amarás al prójimo como a ti mismo», que ojalá se convirtiese en norma reguladora de las relaciones humanas.
Pero la utopía de Jesús va más allá: «Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, déjale también la túnica. A todo el que te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames... » (Lucas 6,29-30).
La generosidad del discípulo va más allá del compartir: consiste en dar y darse hasta quedarse sin nada. Compartir es de estricta justicia; dar hasta quedarse sin nada es propio de quien ha superado los viejos cánones y ha sustituido la justicia, como patrón del comportamiento humano, por el amor como único mandamiento, como el mandamiento nuevo: «Amaos como yo os he amado», esto es, hasta perder lo que más queremos, la vida, para darla 'a' y 'por' los demás.
Con esta medida de amor sin medida el cristiano anuncia que es posible otro mundo dentro de este viejo mundo de odios y de egoísmos.
Por desgracia, este fragmento del evangelio se ha entendido a veces tan al pie de la letra que se ha deformado su significado. No se trata de hacer el tonto fomentando la delincuencia («al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, déjale también la túnica; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames»), dejando que nos atropellen impunemente. No se trata de poner en práctica al pie de la letra las palabras de Jesús, sino de llevar a la vida de cada día la enseñanza que contienen, a saber: el discípulo de Jesús debe sorprender al prójimo con más de lo que éste espera de aquél, debe dar más allá de lo exigido, debe perdonar más allá de lo soñado, debe tratar a los demás, en definitiva, con el infinito amor y comprensión con que nos tratamos a nosotros mismos; más aún, con el amor sin límite que demostró Jesús. «Amaos como yo os he amado.»
Este es el núcleo del evangelio, una utopía a la que hay que tender, una praxis en la que siempre es posible dar más, entregarse más, amar más; un camino en el que 'pasarse' es mucho mejor que no llegar. Con palabras concretas, Jesús expone una doctrina universal: ser cristiano es darse, entregarse hasta quedarse sin nada: «al que te quita la capa (ropa de abrigo), dale también la túnica (vestido)».
Para los cristianos no hay límites para el amor. Ni en la intensidad y la generosidad de la entrega ni en lo que se refiere a las personas que pueden ser objeto del mismo: nadie, ni siquiera los enemigos, pueden ser excluidos de nuestro amor. Pero esto, naturalmente, no supone renunciar a la lucha contra la injusticia (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).