lunes, 30 de julio de 2012

SOBRE EL PODER

La mosca azul

Frei Betto




El poder intriga. Lo ejercí pocas veces: dirigente estudiantil, jefe de redacción. Más reciente, en 2003 y 2004, asesor especial del presidente de la República, con derecho a gabinete en Palacio de Planalto y una infraestructura nada despreciable: secretarias, móvil, viajes aéreos, vivienda, coche con conductor, todo pagado por el contribuyente.

Mucho aprendí. Algunas lecciones traigo de la cuna. Mi abuelo y mi padre también sirvieron en palacios de gobierno.

La persona revestida de poder –cualquiera que sea: síndico o gerente, policial o político- debería prestar atención a lo que de ella dicen sus subalternos. Vox populi. Pero no es lo que acontece en general. Prestamos más atención al juicio de los pares y superiores, en búsqueda de reconocimiento de quien tiene poder de ampliar nuestro poder.

Así, sobre los subalternos cae nuestro otro lado perverso que tanto esmeramos en esconder a los ojos de nuestros pares y superiores. Sin embargo, caballo indomado, si no somos contenidos por las riendas de la buena educación, ¡ay de los subalternos! Quien está por encima tiene el poder de amonestarlos, censurarlos, castigarlos y despedirlos. Como no nos amenazan, dejamos desbordar el demonio que llevamos dentro. Irrazonables, elevamos la voz, humillamos, insultamos, reprendemos, y por poco no llegamos a descargar sopapos a la víctima.

Dé a la persona una tajada de poder y sabrá quien de hecho ella es. El poder, al contrario de lo que se dice, no cambia a las personas. Hace que se revelen. Es como el artista a quien faltaban pincel, tintas y tela, o el asesino que, finalmente, dispone de arma. El poder sube a la cabeza cuando ya se encontraba destilado, en reposo, en el corazón. Como el alcohol, embriaga y, a veces, hace delirar, excita la agresividad, derrumba escrúpulos. Una vez invertida de la función o cargo, título o prebenda, la persona se cree superior y no admite que subalternos contraríen su voluntad, sus opiniones, sus ideas y sus caprichos.

A falta de una psicología del poder más sistemática, en la cual no faltan las valiosas contribuciones de Adler y Reich, recurro a los clásicos de la literatura. Desde la Biblia, destacándose los libros del Pentateuco, a las obras de Shakespeare, Kafka y nuestro Machado de Assis.

El dramaturgo inglés retrata bien las ambiciones y las intrigas del poder. El autor de La Metamorfosis revela su fase opresiva, la arrogancia, el modo cómo tiende a anular la dignidad del ciudadano común. Y Machado de Assis no hace menos, aunque con más sutileza, sin embargo incisivo.

Léase el cuento El Espejo. Allí, un tratado completo de patología del poder. El joven Jacobina, de origen pobre, es nombrado alférez. Descubre, pues, que “cada criatura humana trae dos almas consigo: una que mira de dentro hacia fuera; otra que mira de fuera hacia dentro.” (...) “Hay casos, por ejemplo, en que un simple botón de camisa es el alma exterior de una persona; y así también la polca, el voltarete (1), un libro, una máquina, un par de botas, una cavatina, un tambor etc.”

Recibido en la hacienda de la tía, Jacobina se asombra que todos lo traten de “señor alférez” (lo que me hace recordar que, en Planalto, todos son llamados “doctor” o “doctora”, aunque el funcionario nunca haya pisado una facultad). Su “alma exterior” anula la “interior”. Jacobina sólo se da cuenta de la aberración cuando se ve a solas en la propiedad. No es la soledad la que lo asusta. Es la propia insignificancia. Se había acostumbrado a mirarse sólo de fuera hacia dentro. Hasta que, uniformado, se contempla en el espejo. Recupera entonces el auto-estima, el orgullo, el “alma exterior” que le despersonalizara, castrándole la verdadera identidad.

No todos quienes ocupan el poder dejan que el “alma exterior” prevalezca sobre la “interior”. Esos hacen del poder servicio y no temen el juicio de sus subalternos, ni tampoco las críticas. Pues saben que somos todos hechos de barro y soplo, y lo que importa en la vida es el equipaje subjetivo, no los aderezos objetivos.

Sin el ingenio de Machado de Assis, sin embargo inspirado en su poema La mosca azul, osé llevar al papel mi reflexión sobre el poder. Desembocó en el libro “La mosca azul", que la editora Rocco hace llegar este mes a las librerías. Mis dos años en el gobierno Lula me estimularon a compartir con los lectores mi punto de vista a partir de un punto: el Palacio de Planalto, corazón del poder. (Traducción: ALAI)

- Frei Betto es escritor, autor de “Alucinado Som de Tuba” (Ática), entre otros libros. Pedidos de “A mosca azul”: tecacarvalho@uol.con.br

4 comentarios:

Anónimo dijo...

A veces me gusta mirar agazapado el horizonte con la mano extendida sobre mi frente, me gusta mirar hacia adelante y contemplar el futuro, lo hice en mi tiempo de seminario; también me gusta mirar hacia atrás para no olvidar de donde vengo. Y mirando hacia adelante y hacia atrás con cierta perspicacia, he llegado a la conclusión que las moscas azules son las que crecen y se alimentan de heces y a esas, a esas moscas azules, hay que cortarles las alas para que se ahoguen en su propio alimento. Sí amigo, hace años decidí no ser soporte para el vuelo alto de las moscas azules. A esas, como sea, hay que impedirles que lleguen alto, por nuestro bien y el de los más débiles. Por mi parte, me encanta recordar aquello de: "ustedes, moscas vulgares,
me evocáis todas las cosas" ( A.Machado), ¡qué distintas estas moscas de las azules¡ Miguel Á. Olmedo

Anónimo dijo...

Creo firmemente que a más de uno nos debe incomodar leer el libro de Frei Betto: “La mosca azul” ¿por qué?. Porque si al leerlo nos seguimos etiquetando con nuestros títulos: “DOCTOR”, “LICENCIAD0 (A)”, “MASTER”, ”TÉCNICO(A)”, “DIRECTOR(A)”, “TECNÓLOGO(A)”, “OBISPO”, “SACERDOTE”, “RELIGIOSA”, “INGENIERO (A)”…y todos los títulos que hemos ido creando y los que faltan crear desde nuestra miseria y soberbia humana PARA SENTIRNOS ALGUIEN CON PODER, PARA PRESUMIR DESDE Y CON ELLOS, PARA VIVIRNOS COMO MOSCAS AZULES. Y si un día, cualquiera, ¿amaneciéramos sin ellos?, ¿quiénes seríamos?, ¿tendríamos la misma aceptación ante nosotros mismos y ante los demás?.
Sin embargo, debo dar gracias porque en mi camino he encontrado y he trabajado con gente como la que Frei Betto menciona: “No todos quienes ocupan el poder dejan que el “alma exterior” prevalezca sobre la “interior”. Esos hacen del poder servicio y no temen el juicio de sus subalternos, ni tampoco las críticas. Pues saben que somos todos hechos de barro y soplo, y lo que importa en la vida es el equipaje subjetivo, no los aderezos objetivos”. Gracias a estas personas es posible otra sociedad y a ellos les digo ¡BIENAVENTURADOS USTEDES PORQUE EXISTEN!.
Anita T.

Anónimo dijo...

Sr. José Luis Molina:
Justamente andaba buscanco algo de Betto y encontre su artículo y dos comentarios, según este último comentario, los títulos académicos tienen que ir a parar al tacho de la basura, esto es lamentable, a mi me ha costado mucho esfuerzo obtener mi licenciatura y gracias a el, conseguí mi trabajo y vivo de el. Nuestra sociedad sin títulos sería un caos.
A lo mejor el poder se refiere a otras esferas más altas, donde no importa cómo, ni cuándo llegar a un puesto importante y una vez que han escalado, se olvidan de quienes fueron y se transforman en prepotentes. Gustavo Zùñiga

Anónimo dijo...

Respetado Gustavo Zúñiga:
Soy José Luis Molina, quine colgó el artículo de Frei Betto y , al leer los comentarios y toparme con el suyo, me he considerado en el deber de esta respuesta porque creo no ha interpretado adecuadamente el comentario de Anita T. Evidentemente no se puede estar en contra, todo lo contrario, de que uno se prepare, se promocione, se capacite y encuentre un medio de trabajo y de subsistencia. Desde un punto de vista cristiano si a lo anterior se añade que con eso puede servir mejor a los demas, chévere. Y todo esto necesita de un reconocimiento y respaldo oficial a lo que llamaríamos título. Por ello estoy de acuerdo con su comentario.
A mi entender el comentario de Anita T. va más en la línea de MT. 23,1-12: "No dejen llmarse maestros, ni doctores,..." y se refiere a ese afán de utilizar el título no para servir sino para sobresalir, para colocarse por encima de los demás, como instrumento de poder prestigio y tanta cosa y de ello todos tenemos datos de experiencia, creo yo. Por ello creo que el comentario de Anita T. va más en la línea de la última parte del suyo, lo que ocurre que esto no sólo se da en los estamentos altos.
Espero haya podido esclarecer el asunto.
Reciba mi saludo
José Luis Molina