lunes, 5 de diciembre de 2016

MI VERSO

Mi verso
No sé, a ciencia cierta,
de dónde,
pero me surgieron,
hoy me surgieron,
ganas de escribir una poesía.
Siento como en mi mano
calambrean,
desde el punto más yo de mi esencia
hasta la periferia de mis dedos,
corrientes que transportan mi verso.



















Y mi verso es eso
que tienes en tu mano,
que tus ojos contemplan:
Esa lámina blanca
donde a poco poco,
otras veces en tromba,
por una u otra cualquiera
de sus esquinas, o por el centro,
toma cuerpo y le dan
perfil concreto,
identidad concreta,
conciencia definida de pertenencia,
que no de posesión,
si de comunión e historia
arrullada en acordes de guitarra y de quena,
de crecimiento y vida
que no de sometimiento que envenene.
la hierbabuena que crece en mi ventana.
Mi verso eres tú,
y tú,
y ustedes.
Mi verso es el amor y la vida,
la esperanza y la pena
que en nuestro desgranar días y años
se hizo camino con vocación de senda
y sueños de futuro.
Mi verso, hoy,
ese verso que corre por mis venas
queriéndose salir,
lleva sabor a encinas y a rastrojos,
a espiga, que en amor,
se desgrana y tritura
y se hace hogaza como cálido seno
y útero fecundo
donde enraíza la vida.




Mi verso,
ese blancor que a poco poco,
otras veces en tromba,
se va llenando de dorado de uvas,
de ojos que se doran
en la playa dorada, de atardeceres lentos,
al ritmo de palmas
y son de castañuelas
que atraviesan los mares
y que siempre se encuentran
(siempre se encuentran
y así quiere que sea)
con tus ojos, mirándote,
a los míos mirando.
Eso es mi verso:
Mis ojos: frontera
entre lo impalpable y lo eterno
en la fusión del yo
con el tú y el nosotros,
con el querer querernos
y querer nos queramos.

Mi verso
se hace río
y canto de ribera
de donde van surgiendo
tus ojos, tu mirada
por siempre ya de eternidades llena,
los abrazos que aprietan
los besos que penetran
en el ¡ay!  de la vida,
los besos recibidos
y aquellos que quedaron
congelados, en espera
de un resquicio de gracia.

Mi verso, pues, es eso,
casi nada, pues queda
reducido a un latido
que se esconde pequeño
en una esquina
de ese papel blanco
y allí, con la letra pequeña
gritando por encima de los cerros
la vida,
mis amores,
Dios y tú,
yo y la sementera
en la que quiero
segur creyendo
y, en ella,
regada por la sangre y por la lucha,
empapada de semen
desde el amanecer,
ir sembrando esperanza.

José Luis Molina


Quito 3 de diciembre del 2016

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