martes, 30 de octubre de 2018

DESDE SAN ROMERO DE AMÉRICA, REFLEXIONES SOBRE LA SANTIDAD PARA NUESTROS DÍAS

San Romero de América

por Blogger
romero4SAN ROMERO DE AMÉRICAJUAN ZAPATERO BALLESTEROS, zapatero_j@yahoo.es
SANT FELIU DE LLOBREGAT (BARCELONA).
ECLESALIA, 29/10/18.- Por fin Óscar Romero, arzobispo de San Salvador, asesinado el 24 de marzo de 1980, ha sido canonizado por la Iglesia; lo que equivale a decir en lenguaje de román paladino que ha sido declarado Santo. La ceremonia en qué fue declarado como tal tuvo lugar el domingo 14 de octubre, en la plaza de san Pedro del Vaticano, presidida por el Papa Francisco. El Vaticano lo había informado ya el miércoles 7 de marzo de este mismo año; entonces el propio Papa dio su aprobación final a varios procesos de canonización, incluido el del arzobispo Romero. El Papa determinó que Óscar Arnulfo Romero podía ser declarado Santo, después de que una comisión de teólogos y médicos del Vaticano dictaminaran que la curación de una persona había sido milagrosa, es decir, gracias a su intercesión.
Bien, no voy yo a entrar ahora en la cuestión de los milagros, tal y como se entienden, es decir, como algo sobrenatural, como requisito para que la Iglesia declare santa a una persona. Pienso que eso de la creencia en los milagros, en el sentido de sobrepasar y superar lo meramente natural, no forma parte del núcleo esencial de la fe, por lo cual ninguna persona católica está obligada a profesarlo y no por ello deja de pertenecer a la comunidad eclesial. Personalmente ahí lo dejo para que sea cada cual quien, con la libertad del Espíritu, lo acepte, lo rechace o sencillamente prefiera mantenerse al margen, que, por cierto, me parece más apropiado que decir que le resulta indiferente.
Yo entiendo que declarar santa a una persona, en este caso al arzobispo Romero, significa ponerle ante los fieles católicos como intercesor, no lo niego, pero sobre todo como modelo y ejemplo de cómo tendría que vivir el Evangelio toda persona que intenta seguir a Jesús; una vivencia que debería llegar hasta las últimas consecuencias; que es lo que hizo, ni más ni menos, monseñor Romero.
Pero resulta curioso como en este caso concreto el pueblo salvadoreño y prácticamente toda América Latina principalmente, aunque también ocurrió lo mismo en otros lugares católicos del mundo, ya reconocieron que el arzobispo Romero llevó el Evangelio hasta lo más elevado de la vida. Como dice Jesús “Dando su vida por sus amigos” (Jn 15,13) que no eran otros sino los más pobres fundamentalmente. Por tanto, no necesitó San Salvador ni todo el pueblo salvadoreño ni la mayoría de los rincones de Latinoamérica ninguna prueba extraordinaria para recocer que este sencillo religioso era Santo. De hecho, muy pronto comenzaron a llamarlo ya “San Romero de América”, sin que les importase en absoluto si se había llevado o no a cabo algún hecho extraordinario en su nombre.
Resulta curioso como el pueblo sencillo es a veces mucho más intuitivo y, por lo mismo, no necesita según qué tipo de pruebas para descubrir que Dios se hace o se ha hecho presente en una persona de manera especial; incluso, yo iría un poco más allá; este pueblo sencillo, quizás sin saberlo, ya vislumbró que su obispo, una vez asesinado, tenía que ser Santo, porque había muerto, ni más ni menos, que por causa de la justicia, es decir, por defender del sufrimiento, de la violencia y del dolor a todas y todos los que lo sufrían; “Felices los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos” (Mt 5,10). ¿O es que acaso se necesita alguna prueba mayor que esta?
De hecho, el propio Jesús se mostró en algunas ocasiones bastante reticente respecto a esto de las pruebas, sobre todo cuando se las pedían los fariseos como signo de su origen divino. Claro que aquí ya nos adentraríamos en la mala intención y en la suspicacia de quienes las solicitaban, lo cual no viene al caso.
El arzobispo Romero ha sido finalmente declarado Santo, aunque no con la celeridad con que muchísimos hubiéramos deseado. Claro, que los pobres, por no tener, no tienen siquiera ni la fuerza ni la voz suficientes como para pedir que lo hicieran de manera “súbita”, como sí que ocurrió en algún otro caso.
Ha tenido que ser la clarividencia, la valentía y el empeño de otro obispo venido de las mismas tierras, el Papa Francisco, quien desde el principio tuvo muy claro que había que reabrir su causa, parada no se sabe por qué razones por los dos Papas anteriores a él. Una vez más Francisco nos ha sorprendido con uno más de sus signos proféticos que no lo sabemos con certeza, pero que intuimos que sus disgustos o males de cabeza le habrán debido costar, provocados por ciertos sectores de la Iglesia. Por ello, creo que es de justicia que, quienes nos consideramos creyentes, pidamos de manera muy especial para Francisco la intercesión y la protección de san Romero de América (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
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