Esta
mañana, mientras paseaba, aún se podían contemplar trigales dorados
sabiéndose pan como destino mientras, no sé si era brisa, sueño, quimera o
espejismo, mórbidamente se ondulaba y la
avena loca de sus lindes tocaba palmaditas sordas, cantinelas hechas susurros
que se oían sin saber cuando empezaban a oírse.
Sentí celos del aire. Así, casi sin
saberlo, casi sin saberse, más que rozan, sugiriendo, levantaba el calor de los
trigales sin despertar el sueño. Más tarde, ese trigo con vocación de amor, de comunión,
de sustento, descubrirá haber sido besado, que no era sueño, no.
Quise ser trigo, me acerqué y en mis dedos encontré una espiga retenida.
Tan solo eso soy en el trigal inmenso donde ando, donde sueño, donde añoro unos
besos, donde los míos cayeron tantas tardes de domingo, tantas noches de
invierno y regaron trigo que luego fuero panes que, con un vaso de vino,
acompañaron el queso que en las manos dejaba olor a ovejas y a tierra.
Pensé quedarme la espiga. Pero,
luego, en un acto supremo de trascendencia, , entre mis dedos la fui
desgranando y esparciéndola por el suelo. Allí quedó para seguir siendo, quién
sabe si alimento de pájaros mañana o germen de un trigo nuevo.
José Luis
Molina
19 de junio 2020
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