El domingo pasado vimos que se nos ha
bautizado en Espíritu Santo y fuego.
Hoy también, en 1ª Corintios, Pablo
habla de recibir el Espíritu, pero esto lo hace con una concreción precisa y
meridiana.
Creo que esta insistencia es interesante
y no debemos desperdiciarla. Con ella, con esta insistencia, tenemos la
oportunidad de reforzar nuestra reflexión de la semana anterior.
En la semana anterior oíamos a Pedro
decir que Jesús, el ungido por el Espíritu, con el que estaba el Padre, pasó
haciendo el bien y liberando a los oprimidos. En las lecturas de hoy se aborda
el tema de la misma manera inequívoca: Es verdad que el Espíritu de Dios, en
nosotros, hace que desarrollemos diferentes carismas, cualidades, etc. Pero no
recibimos el Espíritu, no recibimos estos dones, para provecho propio que nos
haga sobresalir y ponernos por encima de los demás.
Todo lo contrario: Una manera de
discernir si estamos movidos por el Espíritu, decía yo en la celebración de la
eucaristía, es verificar que nos movemos , entregamos y nos llenamos con el
bien común, incluso cuando puede resultarnos molesto, costoso, fastidioso, etc.
Para eso recibimos el Espíritu .
Si esto es así, ¿podemos ponerle
límite al tiempo, la comodidad será una razón justificativa o eximente? Podemos
permitirnos hacer acepción de personas que supone privilegiar a uno mermando el
bien de otros?
Pero, aunque esto es un medio válido
de discernimiento, debemos ser conscientes de que incluso podemos estar
haciendo el bien a otros y no estar movidos por el Espíritu sino por otras
razones: la vanidad, buscar recompensas, conseguir alabanzas y reconocimientos.
No quiero ser negativo y estropear el
tema, pero no puedo ignorarlo porque se da. Vean ustedes cuantas lápidas
conmemorativas ocupan las paredes de buenas obras para “dignificar” a quien las
hizo.
Creo sería mucho más adecuado, cuando
hacemos algo para los demás, poner, si es que hay que poner algo, una lápida
que exaltara la dicha de ver como los que no tenían van teniendo, que a los que
les sobraban cadenas que les amarraban (por falta de cultura, por marginación,
etc,) y andaban sometidos van levantando sus brazos libres para tocar las
palmas y bailar.
Esa es la experiencia que nos deja
Jesús pasando haciendo el bien. De esa experiencia podremos comprender mejor el canto de Isaías
de hoy. De esa experiencia nace, en lo cotidiano, en la vida, la fiesta de la
boda en la que el amor cotidiano se hace sacramento en el agua transformada, en
el amor recibido, compartido, donado.
Un abrazo
José Luis Molina
16 de enero del 2022
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