sábado, 12 de septiembre de 2020

SETENTA VECES SIETE

 



 

Setenta veces siete dice el Señor.

Cuando me he topado con las lecturas de este domingo, me he acordado, ha venido a mi con una tremenda fuerza, el Año Jubilar 2000.

En aquel entonces yo me encontraba en Latinoamérica, en Ecuador.

Era mi cuarto año.

Y también ha sido fuerte la añoranza.

¡ Con cuanta ilusión trabajamos con nuestras gentes el Año Jubilar!.

¡EL JUBILEO DE LA MISERICORDIA! Se llamaba. Profundizamos con la gente en los textos del Antiguo Testamento para entender que era eso del Jubileo. No era un acontecimiento espiritual  para ganar indulgencias que concedía el Papa de Roma.

Era algo más apoyado en el suelo pero más sacramento de Dios. Era una fiesta judía llamada a que cada 50 años se cancelaran las deudas, se devolviera a sus dueños las propiedades retenidas y se diera libertad a los siervos y esclavos.

Eran tiempos de lucha por la dignidad, no por la comodidad.

En aquel Año Jubilar, lo confieso, trabajé con mucha ilusión. Allí, en las comunidades cristianas que bebían de la Teología de la Liberación, este trabajo estaba orientado a conseguir, para los países del Tercer Mundo, , la condonación de la deuda externa, deuda que las potencias económicas y el F.M.I (Fondo Monetario Internacional) habían generado prestando dinero, que a ellos les sobraba, para invertir en lo que a ellos les interesaba, no en lo que estos países necesitaba, ,y negociar con los intereses y las economías de Tercer Mundo, cada vez más encadenado y en sus manos. Este dinero prestado no liberó a los pobres de la pobreza. Los hizo aún más pobres mientras a sus costas se enriquecían más los ricos de cada país. Luego la deuda tenían que pagarla con los impuestos de los pobres,  pues, los ricos, casi siempre, evadían los impuestos. Allí los niños no nacían con un pan bajo el brazo, como se decía en España. Allí los niños nacían con una deuda a las espaldas. Eso si que es un pecado original. ¡Qué bueno si el Año Jubilar se convertía en un bautismo que lo borrara!.

 


 

Se hicieron campañas, se hicieron estudios, se recogieron peticiones y firmas  que se presentaron en los estamentos internacionales, en el Vaticano. Ecuador tenía que dedicar más de la mitad de sus recursos a pagar la deuda externa que seguía creciendo. Para que me entiendan era una situación parecida a la que se vivió  en España con las expropiaciones de viviendas para los Bancos, pero peor. Era más universal.

Yo, en todo este trabajo, me situé, y así lo vivo en estos momentos, con ilusión (no admito que fuera ilusa), pues era el Jubileo de la Misericordia.

Poco se resolvió por no decir que casi nada. Los gobernantes de los países ricos siguieron jurando sobre la Biblia, donde se planteaba el Jubileo, pero el llamado despectivamente Tercer Mundo seguía endeudado.

Pero si hubo un resultado, años después, que justificó esta ilusión y esta esperanza. Con el gobierno de Rafael Correa, al que ahora se quiere crucificar, y ya se le ha colocado el INRI, éste consiguió renegociar la deuda externa. Esto, a grandes rasgos, consistía en que el Ecuador se comprometía  a subsanar la deuda, no con el ritmo que le imponían los acreedores sino según fuera posible de acuerdo con la capacidad que le quedara al país después de atender a los presupuestos nacionales, pues no permitía que, como estaba ocurriendo, para el pueblo quedaran las migajas con las que no se llegaba y generaban más deudas.

Fui testigo de esto. Comprendí por donde tenía que ir mi actuar si quería armonizarlo con el de Dios. Y hoy doy gracias por esa experiencia.

Esta es la reflexión que me ha suscitado las lecturas.

Espero que sirvan.

Un abrazo

                                  José Luis Molina

                                             12 de septiembre 2020

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