Una vez más,
como tantas otras, el Peregrino de la Cabeza Nevada estaba, frente a la
ventana, mirando.
Era una
paradoja: Él, el Peregrino, surcador de caminos por la vida y constructor de
vida en su caminar, ahora estaba confinado. Poderes enormes, tremendas fuerzas,
lo mantenían allí, tras la ventana,
mirando. Pero sin cristales interpuestos. La ventana abierta. Por ella llegaba
el aire de la mar amiga, aunque lejana, y del monte, el olor de los campos y el
clamor de la vida que, aunque
prisionera, tal vez ahora más, aunque de otra manera, necesitaba se pusiera en
valor, se velara por ella.
Ahora se
habían mutado los nevados por serranías de pinos, los maizales por trigales
dorados y las mariposas por amapolas rojas que entre el trigo emergían.
Pero las
voces no, éstas no se habían mutado. Podrían ser otras gargantas quienes las
articularan, pero eran las mismas. Podrían tener acentos diferentes pero la
melodía nacía del mismo fondo. Era la humanidad, la humanidad toda, la que las
seguía articulando sus gritos vitales.
Recordaba
cuando la nieve comenzó a caer sobre su cabeza. Fue evocando sus caminos
andados y como, en ellos, fue sabiendo
se acercaba el invierno pero, no obstante, siguieron apareciendo primaveras. Ahora, desde este
confinamiento,, traspasando la sierra, se descubre en la Huerta para empezar a bajar por el río. Y piensa:
Pronto, ya pronto, se dorarán los chopos y las higueras dejarán caer sus hojas
corriente abajo. En una de ellas, o en muchas, escribiría muchos nombres o, tal
vez haría lo que hice hace ya muchos años, allende los mares, mirando al
Pichincha y recordando al Albarracín: En la lámpara que me acompañaría en mi
mesilla de noche todos aquellos años, escribí letras, muchas letras. Ninguna
repetida. No todas las del abecedario: Solamente aquellas con las que pudieran
comenzar a escribirse el nombre de personas que forman parte de la construcción
de mi persona, de mi vida, de mi historia. Sí, decidido, me parece mejor, en la
hoja, solo en una hoja escribir las iniciales y dejarlas en las aguas del Majaceyte.
Tendré que
añadir una letra más que no figuraba en la lámpara: la W. W de WASI, la casa,
nombre que figura donde ahora vivo y
desde donde ahora miro por la ventana.
Está bien.
Bella era la puesta de sol.
La dejo y
bajo al patio, junto al olivo. Desde allí aún se contempla el Albarracín
dorado.
Lentamente
va cayendo la tarde A lo lejos aún acompañán los badajos, de ,ritmo pausado, a
los balidos de las ovejas.
Y me quedo
allí, tranquilo, contemplando el cielo que, por encima de la nieve de mi
cabeza, se ha repletado de estrellas.
José Luis
Molina
24 de agosto del 2020
1 comentario:
¡Qué preciosidad! ¡Qué belleza! ¡Cuánta vida en tan linda narrativa poética! Miguel
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