miércoles, 2 de septiembre de 2020

CONFINAMIENTO

 



 

 

Una vez más, como tantas otras, el Peregrino de la Cabeza Nevada estaba, frente a la ventana, mirando.

Era una paradoja: Él, el Peregrino, surcador de caminos por la vida y constructor de vida en su caminar, ahora estaba confinado. Poderes enormes, tremendas fuerzas, lo mantenían  allí, tras la ventana, mirando. Pero sin cristales interpuestos. La ventana abierta. Por ella llegaba el aire de la mar amiga, aunque lejana, y del monte, el olor de los campos y el clamor de la vida que,  aunque prisionera, tal vez ahora más, aunque de otra manera, necesitaba se pusiera en valor, se velara por ella.

Ahora se habían mutado los nevados por serranías de pinos, los maizales por trigales dorados y las mariposas por amapolas rojas que entre el trigo emergían.

Pero las voces no, éstas no se habían mutado. Podrían ser otras gargantas quienes las articularan, pero eran las mismas. Podrían tener acentos diferentes pero la melodía nacía del mismo fondo. Era la humanidad, la humanidad toda, la que las seguía articulando sus gritos vitales.

Recordaba cuando la nieve comenzó a caer sobre su cabeza. Fue evocando sus caminos andados  y como, en ellos, fue sabiendo se acercaba el invierno pero, no obstante, siguieron  apareciendo primaveras. Ahora, desde este confinamiento,, traspasando la sierra, se descubre en la Huerta  para empezar a bajar por el río. Y piensa: Pronto, ya pronto, se dorarán los chopos y las higueras dejarán caer sus hojas corriente abajo. En una de ellas, o en muchas, escribiría muchos nombres o, tal vez haría lo que hice hace ya muchos años, allende los mares, mirando al Pichincha y recordando al Albarracín: En la lámpara que me acompañaría en mi mesilla de noche todos  aquellos  años, escribí letras, muchas letras. Ninguna repetida. No todas las del abecedario: Solamente aquellas con las que pudieran comenzar a escribirse el nombre de personas que forman parte de la construcción de mi persona, de mi vida, de mi historia. Sí, decidido, me parece mejor, en la hoja, solo en una hoja escribir las iniciales y dejarlas en las aguas del Majaceyte.

Tendré que añadir una letra más que no figuraba en la lámpara: la W. W de WASI, la casa, nombre que figura donde ahora vivo y  desde donde ahora miro por la ventana.

Está bien. Bella era la puesta de sol.

La dejo y bajo al patio, junto al olivo. Desde allí aún se contempla el Albarracín dorado.

Lentamente va cayendo la tarde A lo lejos aún acompañán los badajos, de ,ritmo pausado, a los balidos de las ovejas.

Y me quedo allí, tranquilo, contemplando el cielo que, por encima de la nieve de mi cabeza, se ha repletado de estrellas.

                                     José Luis Molina

                                                     24 de agosto del 2020

 

                                              

1 comentario:

Anónimo dijo...

¡Qué preciosidad! ¡Qué belleza! ¡Cuánta vida en tan linda narrativa poética! Miguel