Inhiestos se enfilaban los cipreses:
hacían uno el camino,
una la sombra
y, en guirnaldas o rosario, entre ellos,
los recuerdos que insertaban con trinos
gorriones o canarios.
Marcaban un camino conocido
sombreado con sombras alargadas
y una meta familiar y terrible,
ineludible y en misterio insertada.
Fue siempre así, de esta manera.
No dejó caminante sin pisada.
Pero libres, siempre, por el aire,
escapados de la espesura de las ramas,
el gorjeo de mirlos fue indomable,
memorial de tu presencia:
NO es recuerdo que de nada quede en nada.
José Luis Molina
22 de febrero del 2023
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