martes, 3 de marzo de 2015

EN DEFENSA DE LA AUSTERIDAD

KOLDO ALDAI AGIRRETXE, koldo@portaldorado.com
ARTAZA (NAVARRA).

ECLESALIA, 02/03/15.- La austeridad es una palabra que ha entrado con fuerza en el debate político y económico actual. No está de más que analicemos su genuino mensaje apartidista, su vigencia universal. La oposición a ella, como bandera principal, acaba de llevar a la formación de Syriza al poder en Grecia. Austeridad poco tiene que ver con pobreza, menos aún con miseria. Hay palabras que son secuestradas, en cierta medida re-significadas y que después no es fácil devolverles su eco original. Reivindicar la austeridad no implica necesariamente arrimarse a las tesis de la poderosa canciller alemana.
La naturaleza está regida por la ley de la economía, nunca del exceso. Sólo iniciándonos en unos hábitos más sencillos podremos comenzar a sentirnos uno con el latido de la vida y la naturaleza. Reivindicamos la austeridad como un principio que no muere. De sobra sabemos que la Madre Tierra no puede soportar los caprichos de 7.000 millones de humanos. ¿Algún día pasaremos el turno a otros o decidiremos simplemente vivir con menos para vivir todos mejor?
Durante la segunda guerra mundial, en los momentos más críticos para los aliados, una ejemplar Simone Weil que trabajaba en las oficinas de la Resistencia francesa en Londres, se autoimpuso, en un alarde de extrema solidaridad, tomar la misma y exigua ración de comida que ellos hacían llegar a los miembros de la Resistencia en el interior de la Francia ocupada. Un fuerte sentimiento de solidaridad nacional llevó a esta mujer extraordinaria en todos los sentidos a asumir ese grado de autoexigencia. La merma de salud que ello conllevaba, no debió ser para nada ajena a su pronta muerte por tuberculosis. Mahatma Ghandi alimentó siempre su esquelético cuerpo con una sencilla y repetitiva comida, que era la que estaba al alcance del común de los indios. Nunca contempló excesos.
Olvidamos a los héroes y heroínas, los sacamos de la historia por que a menudo sus valiosos testimonios nos incomodan. Al borrar esas memorias, se fue volviendo el mundo al revés, comenzamos a perseguir palabras y virtudes que hoy tanto nos ayudarían y dignificarían. Van cediendo las fronteras de todo orden y felizmente nuestra verdadera nación se empieza a identificar más con la entera Humanidad. Sin embargo no se nos ocurre reducir nuestro consumo, apretarnos el cinturón para equipararnos los humanos un poco más. Austeridad es de las palabras más transformadoras, más exigentes con nosotros mismos y sin embargo hoy en Europa ningún sindicato se suicidaría enarbolando esa bandera.(1) Defenderla equivale a conservadurismo. El problema es que la inmensa mayoría de los conservadores defienden seguramente una austeridad para el prójimo que no afecte a su privilegio.

Austeridad, simplicidad eran lemas pilares de aquel “mequetrefe en pañales” que llegó a irritar al propio Churchil. Aludimos de nuevo a uno de los mayores revolucionarios de todos los tiempos y geografías: Mahatma Ghandi. Su discípulo, Lanza de Vasto, se empleó igualmente en cuerpo y alma a sembrar esa semilla de auténtico cambio por estos lares. La austeridad genuina es la que emana de dentro, no la que nadie te impone desde fuera. La austeridad es la virtud que te invita al desapego de las cosas y que por lo tanto ensancha el marco de la libertad. Reivindicamos una austeridad que no viene de Berlín, del FMI, ni del centro de la Unión, sino del centro de nosotros mismos. En una familia no es fácil que coexistan armoniosamente grandes diferencias. Nos adherimos a una austeridad que nos reúna y refunde como gran familia humana, que sobre todo nos vincule con esa gran porción salpicada por el barro y la miseria, nos ligue a quienes padecen bien hambre, bien carencias considerables. Reivindicamos una austeridad libremente asumida que nos iguale un poco a los humanos, que equilibre las abismales e injustas diferencias económicas y sociales, que nos acerque al hermano que más necesita y padece.

La austeridad no es sólo una de las formas más exigentes de solidaridad para con quienes nada tienen, es también una virtud en cualquiera de sus formas y medidas, porque nos devuelve a nuestra condición de seres espirituales, no tan sumamente condicionados por la materia. No sé si la austeridad que impone la señora Merkel es la adecuada. No entraré en un debate difícil que desconozco al necesario detalle, pero el planeta y la humanidad agradecerían un austeridad que nos auto-impusiéramos. ¿Por ejemplo las a menudo complicadas relaciones con el Islam, no tendrán que ver, siquiera en alguna pequeña medida, con el comprensible recelo de los que tan poco tienen, con respecto a los que nadan en la abundancia?
Aprender a vivir más austeramente, con menos cosas, es aprender a llenarnos más de nosotros mismos y de lo grande que en definitiva nos habita. La auténtica conciencia planetaria se manifiesta prioritariamente en los hombres y mujeres que han aprendido a vivir sin objetos y servicios superfluos, sin una existencia en exceso acomodada. Mientras el brillo de un coche sea la luz que irradie nuestra pretendida felicidad, estaremos perdidos, ahuecados, vendidos, al albur del primer anuncio televisivo. Vivir con menos no tiene por lo tanto nada que ver con vivir peor, sino vivir más cerca de quienes sufren, más arrimados a nosotros mismos. La carrera de la felicidad no consiste en alcanzar en definitiva quienes más consumen, más al contrario, acercarnos voluntariamente a quienes de tantas cosas imprescindibles todavía carecen. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia)
(1) Tampoco, salvo el Papa actual y algún "creyente trasnochado", es bandera para los cristianos hoy (ni de base ni de nada), mucho menos para la jerarquía y los movimientos de fuerte folklorismo en auge actualmente. Pero los referentes siguen siendo referentes: Francisco de Asis, Ghandi, ... Jesús de Nazaret.   José Luis Molina

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Encontré estos pensamientos sobre la austeridad:

La austeridad no consiste en no tener, sino en la capacidad de dar y volver a dar hasta expropiarse de todo.

La austeridad no es un camino ascético, sino la mediación para una excelencia incomparable: la identificación con Cristo pobre y con los pobres con los cuales estableció una relación de fraternidad.



Las posesiones se interponen entre las personas, impidiendo que se miren a los ojos y que el corazón hable al corazón.

Los intereses son los que se encuentran entre las personas y lo que crea obstáculos a la fraternidad.

La austeridad es el esfuerzo continuo para eliminar las posesiones e intereses de cualquier tipo para que de ahí resulte la fraternidad verdadera.

Ser radicalmente austero para ser plenamente hermano.

Cierto es que la austeridad así de extrema era pesada y dura. Nadie vive solo de mística.

La existencia en el cuerpo y el mundo plantea demandas que no pueden ser falsificadas. ¿Cómo humanizar la deshumanización real que comporta este tipo de austeridad?

Las fuentes de la época dan testimonio de que los hermanos austeros parecían "homines silvestres (salvajes) que comen muy poco, van descalzos y visten con los peores vestidos". Pero, para sorpresa de todos, dicen que nunca pierden la alegría y el buen humor.



En este contexto de austeridad extrema hay que dar valor a la fraternidad.

La austeridad de cada uno es un reto para el otro, para cuidar de él y proporcionarle, mediante la limosna o el trabajo, lo mínimo necesario, darle cobijo y seguridad.

Sólo una austeridad que viene desde abajo y desde ahí engloba a todos los demás, es verdaderamente humana y tiene sostenibilidad.


Patricio Jiménez - Latacunga

Anónimo dijo...

En España, la crisis golpea los hogares de la clase media para abajo, más a los de abajo; pero, ¿aprendemos o estamos esperando que pase el "temporal" para intentar volver al nivel de consumo y superficialidad que existía? Creo que es más lo segundo que lo primero. Vivimos en una suerte de aletargamiento, con una "austeridad" impuesta desde Alemania, para que, una vez despiertos, volvamos al consumo y al estado de permanente evasión que llamamos "disfrute" - otra palabra llamada a recuperarse en profundidad-. Nos quejamos de los chinos, pero en España se vive en régimen de absoluta explotación, con salarios de 400 a 600 euros por diez o doce horas de trabajo, y esto para el que tiene la suerte de tener trabajo. Y no me vengan diciendo que sólo son algunos, son muchísimas las personas en estas circunstancias; sin incluir los que viven para pagar deudas. Pero, no aprendemos, cuando pase el temporal, seguiremos atolondrados buscando diversión y consumo; eso sí, de vez en cuando, hablaremos de los pobres y del fundamentalismo islámico y mandaremos una limosna a Cáritas o a alguna ONG. Haremos todo lo que sea necesario para no encontrarnos con nosotros mismos y vivir en estado permanente de huida y, después, recurriremos al psicólogo para que nos mande algún somnífero; pero, austeridad como profundidad y espiritualidad la vivimos como la peste y huimos de ella como el "ratón del gato". Por eso las cosas, menos aún el sistema, no cambian. Por mi parte, me molestan los superfluos y me irrita la gante superficial. Miguel

Anónimo dijo...

Quise decir que me molesta lo superfluo (singular) y me irrita la gente superficial. Miguel