domingo, 24 de octubre de 2021

JERICÓ, DONDE SE DERRUMBAN LAS MURALLAS

 



 

 

Hoy, nuestra reflexión la vamos a hacer, centrándonos en el Evangelio.

Para ello vamos a empezar analizando el texto. Y lo primero que vamos a hacer es fijarnos en los elementos que en él aparecen:

Lugar: Jericó

            En las afueras.

            Al borde del camino.

Personajes: Jesús

                      Discípulos.

                      Bastante gente.

                      Ciego: Bartimeo

Otros elementos:  Manto

                                  Gritos

                                  Obstáculos (Impedir)

                                  El encuentro.

Teniendo en cuenta todo lo anterior, vamos a recomponer el texto escuchando lo que nos dicen todos ellos.

Jericó, la ciudad fuerte, la ciudad que pasa a ser lugar el pueblo de Dios por la acción poderosa que derribó las murallas, superó los obstáculos que no permitían que la liberación de Dios llegara hasta ella. Ahora es casi lo mismo. El ciego quiere llegar hasta Jesús, quiere la salvación que él puede darle, la plenitud superando lo que le falta: la ceguera.

¿Solo la ceguera? Tal vez no. El manto, siendo una vestimenta fundamental (servía de vestido y cobija) era mucho más: era símbolo del espíritu que cubría, que ocupaba toda la persona. Y ese espíritu, puesto en otras cosas, lo excluía del proyecto de Dios: por eso se encontraba fuera de la ciudad, al borde del camino.

Pero Bartimeo, el ciego, quiere cambiar, quiere salir del ostracismo (destierro) de Dios en que está instalada su vida. Tomo él la iniciativa, es suya la decisión, quiere dejar su situación, y se convierte, decide cambiar lo que estorba y abandonar lo que es impedimento.

Y entonces soltó el manto (algunas traducciones dicen arrojó).

A mi juicio este gesto, tirar el manto, es el núcleo fundamental del pasaje. Volvió a producirse el milagro. Volvieron a ser derribadas las murallas de Jericó. Suenan las trompetas, la palabra de Jesús que libera. Pero es la fe del ciego, la aceptación de Jesús,  su decisión de seguirlo, donde radica el dinamismo de salvación. Se va detrás de Jesús, ya no queda al borde del camino.



 

Pero hay algo que no quiero se me quede en el tintero: la postura de los discípulos y de los que le seguían. No facilitaron el encuentro. Antes, al contrario, ponían obstáculos, intentaban callarlo. Ya habían cogido lugares de proximidad y ni estaban dispuestos a perderlos o a compartirlos.

Termino ya esta breve reflexión dejando a consideración algunas cuestiones. Pensemos cada uno de nosotros:

1.-¿Somos obstáculos para que otros se acerquen a Jesús o trabajamos para posibilitar el encuentro? ¿O no hacemos nada?

2.-¿Qué hago con el manto bajo el que  “me protejo”? ¿Lo tiro o me aferro más a él?

Un abrazo

José Luis Molina

24 de octubre del 2021

 

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