Hoy, nuestra reflexión la vamos a
hacer, centrándonos en el Evangelio.
Para ello vamos a empezar analizando
el texto. Y lo primero que vamos a hacer es fijarnos en los elementos que en él
aparecen:
Lugar: Jericó
En las afueras.
Al borde del camino.
Personajes: Jesús
Discípulos.
Bastante gente.
Ciego: Bartimeo
Otros elementos: Manto
Gritos
Obstáculos
(Impedir)
El encuentro.
Teniendo en cuenta todo lo anterior,
vamos a recomponer el texto escuchando lo que nos dicen todos ellos.
Jericó, la ciudad fuerte, la ciudad
que pasa a ser lugar el pueblo de Dios por la acción poderosa que derribó las
murallas, superó los obstáculos que no permitían que la liberación de Dios
llegara hasta ella. Ahora es casi lo mismo. El ciego quiere llegar hasta Jesús,
quiere la salvación que él puede darle, la plenitud superando lo que le falta:
la ceguera.
¿Solo la ceguera? Tal vez no. El
manto, siendo una vestimenta fundamental (servía de vestido y cobija) era mucho
más: era símbolo del espíritu que cubría, que ocupaba toda la persona. Y ese
espíritu, puesto en otras cosas, lo excluía del proyecto de Dios: por eso se
encontraba fuera de la ciudad, al borde del camino.
Pero Bartimeo, el ciego, quiere
cambiar, quiere salir del ostracismo (destierro) de Dios en que está instalada
su vida. Tomo él la iniciativa, es suya la decisión, quiere dejar su situación,
y se convierte, decide cambiar lo que estorba y abandonar lo que es
impedimento.
Y entonces soltó el manto (algunas
traducciones dicen arrojó).
A mi juicio este gesto, tirar el
manto, es el núcleo fundamental del pasaje. Volvió a producirse el milagro.
Volvieron a ser derribadas las murallas de Jericó. Suenan las trompetas, la
palabra de Jesús que libera. Pero es la fe del ciego, la aceptación de
Jesús, su decisión de seguirlo, donde
radica el dinamismo de salvación. Se va detrás de Jesús, ya no queda al borde
del camino.
Pero hay algo que no quiero se me
quede en el tintero: la postura de los discípulos y de los que le seguían. No
facilitaron el encuentro. Antes, al contrario, ponían obstáculos, intentaban
callarlo. Ya habían cogido lugares de proximidad y ni estaban dispuestos a
perderlos o a compartirlos.
Termino ya esta breve reflexión
dejando a consideración algunas cuestiones. Pensemos cada uno de nosotros:
1.-¿Somos obstáculos para que otros
se acerquen a Jesús o trabajamos para posibilitar el encuentro? ¿O no hacemos
nada?
2.-¿Qué hago con el manto bajo el
que “me protejo”? ¿Lo tiro o me aferro
más a él?
Un abrazo
José Luis Molina
24 de octubre del 2021
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