Son ya muchos los años que llevo
peinando canas. Pero desde muchos más atrás ,que éstas me salieran, con
sinceridad y humildad confieso que, además de mis incoherencias y errores, ha
habido en mi, como creyente, una constante: La actitud de búsqueda y la tarea
de discernimiento,
Hoy miro por la ventana. Hay un
atardecer impresionante. He pintado un paisaje verde y dorado. Y me ha surgido
una idea: Generoso el otoño que nos impregna de calma y, cuando parece que no
le queda nada, que ya se recibieron los frutos, desde la sencillez que le queda
esparce sus hojas y, con ello, sigue regando su experiencia para que se
transforme en humus fertilizante.
Pues bien, en mi otoño particular, ya
profundo en su existencia, he ido llegando, desde esa búsqueda y ese
discernimiento, a una síntesis en mi fe que cada vez se hace más fuerte en el
convencimiento de lo importante que es la vayamos simplificando cada día más y
liberándola de los aparejos con los que la hemos ido revistiendo. Y en este
tema de purificación debemos intervenir todos.
Creo que de esto dan buena prueba las
tres lecturas de hoy. Vamos a verificarlo sucinta y rápidamente.
En la primera lectura de Los Hechos
de los Apóstoles (15, 1-2.22-29), unos judíos que bajaban de Judea (ortodoxos,
tradicionalistas, etc) pretendían que todo siguiera igual e intentaban cargar
sobre los que se iban convirtiendo a Jesús-Buenanoticia con las cargas y los
posicionamientos que llevaron a Jesús a la cruz. Pero el motivo de júbilo para
entonces y para ahora, fue la decisión del llamado Concilio de Jerusalén donde
se optó por separarse la comunidad de Jesús de la sinagoga (religión judía) con
una formulación esencial:
“El Espíritu Santo y nosotros hemos decidido
no imponer
más cargas que las indispensables “
Adiós votos, promesas, indulgencias,
diezmos, primicias, etc.
En la segunda (Apocalipsis 21,
10-14.21-23) se dice: la nueva Jerusalén, la ciudad de la plenitud de la
humanidad, la del número 12 en su heráldica, no necesita templo ni necesita
santuario, no necesita peregrinos ni reliquias porque en toda ella habita el
Señor. Ser moradores de ella significa tener a Dios como vecino, encontrárnoslo
en la escalera y compartir una copa en el bar y un encuentro en el parque.
La persistencia de lo anterior,
considerarla y como lugares sagrados
exclusivos, indicaría carencia o ausencia ciudadana.
Y, por último, la radicalidad radical
y sencilla del evangelio:
“El que me ama guardará mi palabra y mi
Padre lo
amará y haremos
morada en él” (Jn 14, 23-24)
No necesitamos más. Ya nos ha sido
dada la Palabra. A construir la vida según ella, No la vida de actos y momentos
religiosos. La vida toda en todos sus aspectos. Vivir al margen de esa palabra
no es compatible con amarlo.
Seguir su palabra no elimina los
fallos, hay que contar con ellos y no entrar en negatividad. Sí, abocar,
permanentemente la conversión, el cambio. Lo que no vale es adulterarla, bajar
el listón, acomodarla suprimiéndola de mi dinamismo vital.
Así de simple (no digo fácil)
entiendo el caminar cristiano.
Vivo.
La vida, permanentemente, me presenta
situaciones donde actuar, tomar decisiones, optar.
Para esas situaciones recurro a la
Palabra buscando el actuar “modo Cristo” (Oración).
Pistoletazo y puesta en marcha.
Disfrutar del gozo de participar de
la vida nueva de Dios- Donde descubro baches, a rellenar.
Nada más. Suerte en vuestra caminada.
José Luis Molina
22 de mayo del 2022
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