Me parece interesante la coincidencia
de que, a este tiempo de epidemia del covid 19, le corresponda este evangelio.
Creo que esta circunstancia nos puede ayudar a entender los milagros.
Para empezar me vais a permitir que
os ofrezca una reflexión de Inma Calvo , tomado en Eclesalia . Dice así:
“Cuando los modelos de conducta están muy arriba,
producen el efecto contrario:
dejan de ser inspiración para
la vida y se convierten en objeto
de adoración. Veamos,
por ejemplo, la escena de la
multiplicación de los panes y
los peces. Si se trata de un
milagro que Jesús decide
realiza, nosotros, pobres criaturas
humanas, no podemos
hacer nada para alimentar al
prójimo. Como mucho rezar
para mover la Voluntad Divina. No
obstante, si entendemos
el relato como un símbolo y el
milagro es compartir,
entonces si que podemos intentarlo”
Después de esta reflexión y de la invitación que nos hace a no permanecer
pasivos, sigo yo reflexionando.
Miremos a nuestro tiempo y escuchad este relato a manera de cuento:
Hubo una vez que la humanidad se
encontraba no sentada en el verde césped del confort, sino abatida por el poder
aterrador de un virus que, esta vez, no les roía el estómago por el hambre, que
también, sino los pulmones. Sufrían y morían, Sufrían y morían en una tremenda
soledad. Y, con ellos , otros muchos,
según creo, sufrían en la distancia ante
la impotencia, la separación y las lágrimas vertidas en desconsuelo.
Pero hubo gentes que supieron que algo había que hacer que supieron hacer
lo que había que hacer y se pusieron a la obra.
Ocuparon UCI s, hospitales, residencias, …
Y ahí estuvieron repartiendo el pan que necesitaban. Y este pan no se
terminó: costó no descasar, malamente dormir, tener que aislarse de los suyos
y, algunos, sentir, sufrir y caer en el mismo drama.
Metidos en sus mascarillas y pantallas, eran ojos que se acercaban, ojos
que lo llenaban todo, ojos donde los hambrientos (sufrientes) encontraban que
no estaban solos. Ojos por los que se asomaba una sonrisa de calma y que se
desbordaban en lágrimas incontenibles cuando tenían que asumir la despedida y
cerrar los ojos que habían estado clavados en los suyos.
Eran manos que agarraban otras
manos y templaban su temblor. Manos con cargas paliativas, manos que transmitían los abrazos que gritaban tras los teléfonos o
tras la ventana de la casa donde había alguien a quien también le temblaban las
manos por la angustia. Manos que se convertían en caricias y aplausos cuando
había vencedor y victoria…
Y yo pregunto: ¿Ha habido milagros en la pandemia? Si lo entendemos como
prodigio y algo de magia, creo que no. Pero yo si creo que ha habido milagro
Que hemos presenciado una vez más la
multiplicación de los panes y los peces. Estos, y muchos más, (camioneros,
voluntarios, servidores públicos en el más profundo sentido de la palabra
servidores, , al servicio de la ciudadanía) repartieron el pan que tenían. Lo repartieron incansables
y no se agotó.
El milagro, entendido así, como
solidaridad, es cosa de Dios. Sí, porque nos hace superar nuestro egocentrismo
y encontrarnos en el otro. Pero no es solo cosa de Dios. También es cosa
nuestra.
Resumo: No hay imágenes milagrosas: La vida es milagrosa cuando la
vivimos como aprendemos de Jesús junto al lago.
Yo doy fe de ser testigo de numerosos milagros, de constantes milagros
así entendidos, de haber ido conociendo a Jesús a través de milagros que junto
a mi se realizaban. Y doy gracias por
ello. Y doy fe también de que, desde mi
experiencia, el pan compartido nunca se agotó.
José Luis Molina
2 de agosto 2020
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