sábado, 1 de agosto de 2020

PAN, PECES, CORONAVIRUS Y VIDA





Me parece interesante la coincidencia de que, a este tiempo de epidemia del covid 19, le corresponda este evangelio. Creo que esta circunstancia nos puede ayudar a entender los milagros.
Para empezar me vais a permitir que os ofrezca una reflexión de Inma Calvo , tomado en Eclesalia . Dice así:
             “Cuando los modelos de conducta están muy arriba,              
              producen el efecto contrario: dejan de ser inspiración para
             la vida y se convierten en objeto de adoración. Veamos,
             por ejemplo, la escena de la multiplicación de los panes y
             los peces. Si se trata de un milagro que Jesús decide  
             realiza, nosotros, pobres criaturas humanas, no podemos  
            hacer nada para alimentar al prójimo. Como mucho rezar
            para mover la Voluntad Divina. No obstante, si entendemos
            el relato como un símbolo y el milagro es compartir,
            entonces si que podemos intentarlo”
Después de esta reflexión y de la invitación que nos hace a no permanecer pasivos, sigo yo reflexionando.
Miremos a nuestro tiempo y escuchad este relato a manera de cuento:
Hubo una vez que la humanidad se encontraba no sentada en el verde césped del confort, sino abatida por el poder aterrador de un virus que, esta vez, no les roía el estómago por el hambre, que también, sino los pulmones. Sufrían y morían, Sufrían y morían en una tremenda soledad. Y, con ellos   , otros muchos, según creo, sufrían  en la distancia ante la impotencia, la separación y las lágrimas vertidas en desconsuelo.
Pero hubo gentes que supieron que algo había que hacer que supieron hacer lo que había que hacer y se pusieron a la obra.
Ocuparon UCI s, hospitales, residencias, …
Y ahí estuvieron repartiendo el pan que necesitaban. Y este pan no se terminó: costó no descasar, malamente dormir, tener que aislarse de los suyos y, algunos, sentir, sufrir y caer en el mismo drama.
Metidos en sus mascarillas y pantallas, eran ojos que se acercaban, ojos que lo llenaban todo, ojos donde los hambrientos (sufrientes) encontraban que no estaban solos. Ojos por los que se asomaba una sonrisa de calma y que se desbordaban en lágrimas incontenibles cuando tenían que asumir la despedida y cerrar los ojos que habían estado clavados en los suyos.
Eran  manos que agarraban otras manos y templaban su temblor. Manos con cargas paliativas,  manos que transmitían  los abrazos que gritaban tras los teléfonos o tras la ventana de la casa donde había alguien a quien también le temblaban las manos por la angustia. Manos que se convertían en caricias y aplausos cuando había vencedor y victoria…
Y yo pregunto: ¿Ha habido milagros en la pandemia? Si lo entendemos como prodigio y algo de magia, creo que no. Pero yo si creo que ha habido milagro Que hemos presenciado  una vez más la multiplicación de los panes y los peces. Estos, y muchos más, (camioneros, voluntarios, servidores públicos en el más profundo sentido de la palabra servidores, , al servicio de la ciudadanía) repartieron  el pan que tenían. Lo repartieron incansables y no se agotó.

El milagro, entendido así,  como solidaridad, es cosa de Dios. Sí, porque nos hace superar nuestro egocentrismo y encontrarnos en el otro. Pero no es solo cosa de Dios. También es cosa nuestra.
Resumo: No hay imágenes milagrosas: La vida es milagrosa cuando la vivimos como aprendemos de Jesús junto al lago.
Yo doy fe de ser testigo de numerosos milagros, de constantes milagros así entendidos, de haber ido conociendo a Jesús a través de milagros que junto a mi se realizaban. Y doy gracias  por ello. Y doy fe también  de que, desde mi experiencia, el pan compartido nunca se agotó.
                                  José Luis Molina
                                               2 de  agosto 2020

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