A pesar de los siglos y a pesar de
las experiencias, a lo largo de ellos, de numerosos testigos de la fe,
experiencia mística, que no evasiva de la realidad, y, también, a causa de la
ignorancia y desconocimientos esenciales en la transmisión de la fe, aún hoy, cuando se habla, se predica, se reflexiona y
se ora en torno al acontecimiento de la
Resurrección, se plantea más como lo que llamaríamos revivir que como tal
acontecimiento pascual. Y eso que tenemos la insistencia, en los relatos, en
torno a la tumba vacía y la insistencia en que no busquemos la Vida en medio de
la muerte y de los muertos. Esta insistencia significativa, como tantas otras,
se ha tomado más como carácter de prodigio magnífico (aunque no hubo
espectadores) que mantenernos en el empeño de la proclamación del triunfo de la
vida buscando sus signos.
Nos hemos quedado en prodigios entre
los muertos y por los muertos (reliquias, lugares, sepulcros, etc.
Y así nos encontramos a muchos,
incluso a obispos, con su responsabilidad de magisterio, hablando de revivir, lo que lleva consigo
volver a morir, pero presentándolo como vida resucitada.
Yo me pregunto: ¿Nos cuestionamos
mucho, o suficiente, sobre nuestra vida resucitada, diferente, distinta? Y,
esto, a nivel personal y colectivo, comunitario.
Nos pasamos, por ejemplo, un tiempito
viviendo el gozo pascual, cantando aleluyas,
transfigurados por palabras nuevas acuñadas con brillo y hechas
arquetipos.
Pero viene viento, temporal de arena
y agua, y nada de lo anterior sobrevive. No me digan que no se dan estos casos.
Y, ¡hasta con frecuencia!. ¿Dónde pusimos los cimientos pascuales?
Creo que, con frecuencia , caemos en
un error repetido.
Pienso que, una de las posibles
causas sea, que no hemos superado la idea de lugar( nos hemos quedado en
moradas físicas (evangelio de hoy) y no acabamos de asumir que la vida
resucitada no consiste en un lugar donde morar sino en una esencia de ser. Así,
creo, hay que entender palabras como
“dónde esté yo estéis también vosotros”, igualmente del evangelio de
hoy.
Y lograrlo, para ello, es Jesús
camino, verdad y vida (Los del Camino fue el nombre de los primeros
cristianos).
Pero no consiste en ser “un doble” de
Jesús, calcar las cosas que él hizo, etc. Consiste en que, ante las situaciones
que la vida me va presentando, no escojo las situaciones de muerte porque sean
más cómodas o más fáciles, sino las que
escogería Jesús en situación semejante a la mía. Eso es morar con él. Eso es
participar de él. Eso es ir al Padre por él. Eso es ser, vivir, , construir
vida nueva y diferente.
El proyecto de Jesús, su palabra, el
asumirlo, nos da vida resucitada, no parcheos de vida para seguir en la muerte.
Hagámonos Pascua.
José Luis Molina
7 de mayo del 202
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